Las innovaciones científico-tecnológicas han sido parte de nuestro día a día durante las últimas décadas y, previsiblemente, seguirán marcando nuestro ritmo durante generaciones. 

Pero el mundo cambia y la sociedad tiene necesidades diferentes. No es suficiente con sólo hacer hueco tanto en las empresas como en nuestras casas a las nuevas tecnologías o a las facilidades que la ciencia nos aporta, sino que necesitamos cambiar también la forma de pensar y de actuar, recordando que para innovar hay que pensar de una forma diferente.

Se necesita mayor libertad creativa y mayor confianza. Menos reglas restrictivas que corten el camino. Gente valiente, con mentes inquietas que no tenga miedo a dar su opinión en público y dispuestos a proponer sus vías de actuación frente a problemas actuales. Todo el mundo nos equivocamos, forma parte de nuestra naturaleza humana, pero la colaboración de perspectivas y disciplinas, así como la libertad de expresión ayuda a la creación de un lugar seguro donde las grandes ideas se fraguan. Las mentes despiertas crean ideas nuevas, pero si las acallamos solo queda lo que ya se ha hecho. Se puede aprender mucho de las lecciones aprendidas, pero no podemos limitarnos solo a ellas.

Se necesita una educación más enfocada a dar esa libertad de pensamiento y a ejercitar esa mente crítica, racional y emocional que no tema crear su propio camino, jóvenes decididos y sin temor a equivocarse, que vean en el error una oportunidad de mejorar. El mundo necesita más gente capaz de colaborar, que escuche y busque entender el razonamiento de sus compañeros; gente capaz de pensar por sí misma y dispuesta a trabajar en equipo, para hacer juntos la fuerza necesaria para llegar más lejos.

Pongamos la innovación en el punto de mira desde edades tempranas, vista como una forma de dar rienda suelta a las ideas más 'locas' y buscar, entre todos, la forma de hacerlas realidad.