Me encanta la liturgia -y la parafernalia- de las elecciones en Estados Unidos. Desde el día designado para que termine todo el proceso de votación, el primer martes después del primer lunes de noviembre, algo que se remonta a 1845 -porque entonces se buscaba favorecer que los electores del mundo rural tuvieran más tiempo para acudir a las urnas una vez recogidas las cosechas- pasando por los famosos caucus, los siete estados bisagra donde se juega el resultado... sin olvidar el espectáculo de las primarias, los debates, las desnortadas ocurrencias de los candidatos.
De un tiempo a esta parte, lo que me entretiene sobre todo es leer y escuchar los análisis previos y posteriores que realizan los opinadores de este lado del Atlántico sobre lo que puede pasar o lo que ha pasado en el país del Tío Sam. En el especial de TVE sobre las elecciones, un tertuliano llegó a decir que con el resultado del pasado martes «Trump ha acumulado tal poder que podría asesinar a un rival político y no le pasaría nada» (sic). Otro, el genial Guillermo Fesser, uno de los componentes del dúo Gomaespuma, llegó a avanzar, antes de que se cerraran las urnas, que había mucho voto oculto entre las mujeres de los republicanos, y que estas iban a votar por Kamala pero que engañarían a sus maridos diciendo que votarían por Donald. No tengo espacio en esta columna para seguir reproduciendo más análisis 'rigurosos' de este pelo para explicar lo acontecido en USA.
A la vista de los frecuentes errores que se cometen cada vez que se realizan las valoraciones sin dejar de lado los prejuicios, quizás sea más oportuno prestar atención a las reflexiones de algunos demócratas, que consideran que de un tiempo a esta parte su partido se ha convertido en el partido de las élites y que se ha alejado del pueblo americano y de la clase trabajadora. Uno de ellos comparaba a los suyos con los misioneros, que se dedican a predicar entre sus compatriotas 'menos ilustrados' con condescendencia, diciéndoles lo que tienen que hacer y que pensar para estar a su altura.
Desconozco las auténticas razones por las que habrá vuelto a ganar Trump, cuando el personal ya conocía al personaje y en esta ocasión no contaba el factor sorpresa. Seguro que la desinformación ha sido una de las armas de su éxito. Pero no nos engañemos, las trampas son munición habitual en todos los partidos durante las contiendas electorales. Por la parte que nos toca, más nos vale que nos ocupemos de lo que tenemos cerca, que no es poco y tampoco es menor.