Un futbolista se ríe en la cara de un rival, este le saca «el dedo de insultar» y el árbitro para el partido. Atiende, camarada, le dicen por el pinganillo, y vente a ver la película: Jaime Mata, sí, provoca a Muriqi después de que este no acierte con la portería de Las Palmas; y el kosovar, ya con una amarilla, le contesta con una peineta. Fundido a negro. Títulos de crédito. ¿Y qué hacemos con esto? Alguien muy aplicado que ha memorizado todos los párrafos del reglamento en activo, recuerda que una desconsideración con un rival se penalizará con un libre indirecto y se castigará con una tarjeta amarilla. Muriqi es expulsado porque ya tenía una amarilla, pero como Mata 'desconsideró' primero, el libre indirecto se señala a favor del Mallorca. «Con el reglamento en la mano...», es la frase que encuentran los meapilas y los divinos para defender la corrección de estas decisiones. Con el reglamento en la mano, por ejemplo, no puedes comprar un pez en Ohio si estás borracho o aparcar tu elefante en Florida si no pagas el parquímetro. Los reglamentos y las legislaciones están llenas de normas absurdas que se redactaron algún día, que se quedaron ahí pegadas, cogiendo polvo, sin que nadie les haga caso, que van contra el sentido común y preservan un espíritu mojigato de otra época. Porque, ¿va a entrar el VAR a sancionar al que escupe al suelo, al que manda a paseo al árbitro a sus espaldas, al que le dice que «está loco» llevándose el dedo a la sien, al que celebra un gol riéndose de un adversario, al que insulta desde la 'clandestinidad' del banquillo, al que menosprecia a un graderío enviándolo «a Segunda»…? ¿En serio? Y te responden que «con el reglamento en la mano, solo puede entrar si conlleva expulsión». Cuando el reglamento obliga al fútbol a parecerse cada vez menos a lo que debería ser, es hora de cambiarlo.