Juan Carlos Pérez Manrique

Estos días azules...

Juan Carlos Pérez Manrique


Feriantes, tatuajes

28/06/2023

Te mueves en el deseo por disfrutar las fiestas de esta ciudad en la que ya las celebraron tus padres y también los anteriores a tus padres. Sabes que, como tú, encendieron las luces; que hicieron bailes y verbenas; que escucharon coros y conciertos; que persiguieron el movimiento de gigantones y danzantes; que participaron en jiras y ofrendas; que en las noches vieron un cielo con fuegos y que quizás, en las tardes, una arena con toreros; que disfrutaron de barracas, casetas y espectáculos de feriantes en cuya vida siempre se intuye riesgo y andanza, siempre se ven símbolos de misterio. Y sientes entonces que todo aquello en lo que se balancea la felicidad de las necesarias fiestas está tatuado en tu piel desde la infancia, porque la vida te enseñó que eso es lo que sucede con todos los días buenos o alegres que recibiste y en los que creciste. 

La piel de los feriantes de hace más de cien años ya tenía tatuados sus anhelos, homenajes y todo tipo de símbolos, para ellos evocadores, buscando también que su cuerpo, así transformado, fuera la auténtica atracción. En La Voz de Castilla del 4 de julio de 1920 se anunciaba especialmente a un hombre tatuado: El hombre museo, el arte hombre, el fenómeno artístico de mayor atracción. Hay en un barracucho un hombre que es un álbum de tatuaje… Un estudio sobre el tatuaje en Castilla en torno a 1900, habla de su presencia ya en Burgos en la Navidad de 1909 y en las fiestas de 1910 y de que el tatuaje se había extendido, desde las exploraciones del capitán Cook en el Pacífico, entre marineros, soldados, presidiarios y sectores marginales además de, excepcionalmente y mediante pequeñas incisiones, entre alguna nobleza y gente acomodada, como fue el caso del estudiante extranjero que se arrojó al Sena por el amor no correspondido de una vendedora de flores y cuyo nombre llevaba tatuado en la cabeza. 

Así se llevó a cabo el primer tatuaje; así parece forma habitual de practicarlo ahora. La primera vez, porque fue durante las Guerras Médicas cuando a un esclavo se le tatuó un mensaje en la cabeza con el fin de que cuando le creciera el pelo y sin peligro ya de ser interceptado, enviarle para que su destinatario, tras raparle, lo conociera. Habitual ahora por cuantos, no queriendo ser interceptados, ocultan intenciones ya tatuadas y que solo al raparse llegando a destino, quedan mostradas. Pero hablar de eso es hablar de otra Feria.