Yo también lo he visto. Usted también, claro. Como mi prima la de Cartagena. Como mi amigo el de Cádiz. Todos mandando whatsapp: ¿Pero qué es eso? Vaya la que ha armado en Burgos… Esa señora tirando perchas y siendo finalmente reducida en un establecimiento de moda. Un vídeo que se viraliza y que se cuela en tu móvil por todos los flancos en el bucle infinito de la retroalimentación que son las redes sociales, las cookies y el historial.
Prueben a escribir mujer loca en su buscador y verán la cantidad infinita de enlaces que les sugiere. A periódicos nacionales, incluso. A diarios deportivos que engordan sus webs con este tipo de contenidos. Con coletillas amarillentas en la línea de siembra el caos, destroza una tienda o lo nunca visto. Han sido los clicks más facilones del mes para las siempre hambrientas estadísticas. Pero a mí me han incomodado. Eso no es periodismo, ni siquiera entretenimiento. Eso no está bien.
La pobre protagonista de la filmación es a todas luces una persona enferma. Una víctima de sí misma, de sus circunstancias, de sus más cercanos, quién sabe. Lleva dentro un pozo negro que ese día brotó y que no hay ninguna necesidad de exponer. El episodio debió quedar restringido al ámbito en el que se produjo, donde bastante susto se llevaron las trabajadoras del establecimiento y los clientes, pero nunca dar el salto a un tratamiento espectacularizado que no hace ningún favor ni a los afectados ni a la causante.
¿No estábamos más concienciados que nunca sobre la salud mental? ¿No es, acaso, la franja de edad más joven la que presume de estar más sensibilizada con las emociones y con la empatía, la que se ofende cuando la llaman la generación de cristal? Pues la mejor manera de ayudar a esa mujer enferma, de hacerse cargo de su estado y de evitar la repetición de la escena no puede ser, bajo ningún concepto, el reenvío compulsivo del vídeo acompañado de emoticonos y comentarios jocosos.
Los medios de comunicación tienen la principal responsabilidad sobre el adecuado tratamiento de sucesos así, pero los usuarios (lectores, oyentes y espectadores) tenemos una grandísima culpa de los contenidos basura que nos asaltan sin tregua, porque somos productores y consumidores compulsivos.
Yo también lo he visto, pero preferiría no haberlo hecho.