Los políticos son seres volubles, instalados en el momento, con cerebro adaptativo, sin miedo al compromiso y la traición. Unos lo pintan de pragmatismo, otros de relativismo moral, que bordea el pecado en un país de catedrales. Estamos en los primeros pasos de la legislatura del fingimiento y el engaño, de la impostura, con el ciudadano obligado al reseteo continuo, pendiente de instalarse la nueva argumentación.
La prometida ley de amnistía es el paradigma de los nuevos tiempos, pero van a haber muchos casos de arrepentimiento, que son hijos legítimos del oportunismo político. Esta semana ha tocado el episodio del impuesto extraordinario a las empresas energéticas, a las que, junto con los bancos, se colocó una tasa temporal para dos años. La razón era que unas y otros se estaban forrando con la subida de los precios de la energía y de los tipos de interés.
En realidad, el impuesto nació en julio del año pasado como ardid de Pedro Sánchez para girar el partido hacia la izquierda en vista del desastre electoral de Andalucía. Hay que reconocer su maestría. La estrategia funcionó, tanto que PSOE y Sumar vuelven a mandar y se conjuraron a finales de octubre para convertir la tasa temporal en permanente.
Mes y medio después, el ahora presidente del Gobierno adjura del impuesto y recuerda que está en riesgo la estrategia del Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (2021-2030), que busca que España reduzca su dependencia del exterior, de autocracias, de manera que en 2030 la producción nacional y la obtenida de la importación de materias primas se igualen. Para alcanzar tan preciada meta, el Gobierno estima que es necesario invertir 294.000 millones. El propio plan apunta que el 85% de esos recursos (250.000 millones) tienen que venir del sector privado, y en gran parte de inversores internacionales, ya que España tiene poco ahorro.
Las empresas energéticas, que son las que canalizan esa inversión, han avisado al Gobierno de que no cuente con ellas si mantiene el impuesto. Es más, compañías como Iberdrola llevan tiempo desinvirtiendo abiertamente en España y apostando por otros mercados. De ahí viene la caída de caballo de Pedro Sánchez con energéticas hoy y bancos mañana. Una vez depositada la papeleta electoral, qué más da. No es un engaño, es un cambio de opinión con una digestión estimada de tres a cuatro años.