Hay una generación de burgaleses, los que se están formando en las escuelas y universidades, o los que empiezan a dar sus primeros pasos en el mundo laboral o empresarial, que no tienen ni idea de quién fue José María Peña San Martín o qué hicieron exactamente en vida José Ignacio Nicolás Correa, Avelino y José Antolín, Antonio Medrano, Dante Férroli, Tomás Pascual o José María Yartu y tantos y tantos ilustres emprendedores. Por no saber, no saben que sus abuelos y sus padres, trabajadores anónimos de buzo o traje y corbata, hicieron posible muchos logros para que hoy vivamos con calidad y prosperidad.
Nada que reprochar a estos jóvenes sin pasado que han nacido en el Burgos industrial y que han normalizado los grandes polígonos como si siempre hubiesen estado ahí. Muchos reproches en cambio para unas instituciones -y apunto a nuestro Ayuntamiento y también a las patronales, sindicatos o las fundaciones de las excajas- que no han hecho casi nada por preservar y divulgar la memoria del Polo de Desarrollo Industrial, de la ciudad de los años 70 y 80 que nos marcó.
Las celebraciones (hace diez años) del 50 aniversario del Polo y la brillante exposición que se desarrolló en el Fórum Evolución, ya mostraron la necesidad de contar con un Museo de la Industria, un espacio más o menos ambicioso para recordar, interpretar y valorar los cambios vividos en el Burgos contemporáneo a través de sus fábricas, de su maquinaria, de sus manufacturas o de sus archivos históricos gráficos y documentales.
Es el sueño del profesor Gonzalo Andrés, el comisario de aquel evento, al que me gustaría agradecer desde estas líneas el inmenso trabajo de investigación, documentación y defensa del Burgos industrial del último siglo. Sus libros se han convertido en un particular museo de papel para mantener frescos unos recuerdos y unos logros extraordinarios.