Pues eso, el refrán se puede aplicar a la situación mundial que vivimos, dado que, en su sentido más amplio, se aplica a una situación sobrevenida, por lo general problemática, que viene a añadirse a otra serie ya de por sí complicadas. Otra frase hecha más coloquial sería pongo un circo y me crecen los enanos.
Esto es lo que nos ha pasado estos días a quienes consideramos que el conocimiento y el diálogo son las mejores herramientas para intentar que los problemas ambientales y sociales lleguen a superarse algún día. En estos días, la mitigación del cambio climático acaba de comenzar un nuevo y complejo capítulo.
Que Estados Unidos, por mandato de Trump, abandone el Acuerdo de París -iniciativa que busca minimizar el daño que causa la crisis climática que vive el planeta- bajo la declaración de emergencia energética nacional y la suspensión de algunas regulaciones ambientales, no presagia nada útil.
Tampoco es una buena noticia que se vayan a acelerar y duplicar las inversiones en combustibles fósiles y que todo lo que tenga que ver con las energías limpias pase a un tercer plano o sea desestimado. Es muy posible que zonas hoy protegidas sean explotadas para reponer las reservas estratégicas y exportar recursos como petróleo y gas a todo el mundo.
Estas medidas se adoptan bajo una óptica solo económica de la energía y del medio ambiente, como indica David H. Dunn, catedrático de Política Internacional en la Universidad de Birmingham. Si bien parece ser que el dominio energético es una panacea para toda una variedad de males, es imposible separar los intereses geopolíticos de la realidad climática, salvo que se ignore la realidad.
Va a resultar cierto aquello que -allá por 1980- escribía Asimov sobre el culto a la ignorancia, nutrida por la falsa noción de que la democracia equivale a decir que mi ignorancia es tan buena como tu saber. Mientras tengamos dirigentes mundiales que crean que el cambio climático es una estafa y tomen semejantes iniciativas mientras se sufren incendios pavorosos y episodios climáticos extremos, esto poco arreglo tiene. Ya lo dice Eudald Carbonell: «somos imbéciles porque no hacemos lo que deberíamos hacer, sabiendo que, si no lo hacemos bien, esto no funcionará». Y así nos va.