Blanca García Álvarez

De aquí y de allí

Blanca García Álvarez


Comprobar los décimos

21/12/2024

Tenemos en casa una mesa de madera como las que ya no se fabrican. De las que se necesitan unas cuantas manos para moverla y que si te toca la pata lo pasas regular. En esa mesa de casa de mis abuelos he hecho la tarea los veranos eternos, he conocido a los nuevos miembros de mi familia, y ahí he compartido miles de bocadillos de chorizo, juegos de cartas y chismorreos con mis primas. Pero cada vez que entro en esa sala sólo veo a mi abuelo sacando el Diario de Burgos para mirar los premios de la lotería de Navidad uno a uno. 

Lupas, bolis, las decenas de décimos comprados y una hoja para él y otra para mí de este periódico en el que escribo. Con esa ristra de números enanos empezaba siempre mis vacaciones de Navidad. Eran el pistoletazo de salida de ser la niña del pueblo que desde pequeña me ha hecho tan feliz.

Él los tenía guardados en sobres y bien organizados: «este lo juego con Antonio»; «este con tu madre»; «uy, el de la Caja». Siempre era un «este es de» acompañado de la asociación, ayuntamiento, bar, colegio, amigo, familiar o vecino que correspondiese. Desde pequeña entendí que no es que le sobrase el dinero, sino que era incapaz de aguantarse sin compartir la alegría que podía dar esa llamada posterior cuando tocasen veinte euros o esa conversación con el correspondiente para quejarse de su mala suerte y alegrarse de seguir vivo. Porque para él era la excusa de compartir con el otro su vida, no su dinero, que era lo de menos.

Los revisábamos de esa forma incluso cuando ya existían los buscadores que te decían que no te había tocado nada en ese décimo. Pero era nuestro ritual. Él me esperaba cada año para hacerlo, hasta que nunca más llegó. Porque, casualidades de la vida, murió el día que más me gustaba compartir con él. 

Yo ahora no juego ni reviso décimos y la Navidad no me gusta tanto como entonces, pero sí que he aprendido -un poco tarde- a valorar los rituales compartidos, a mirar a la mesa diferente, y a querer compartir mi vida con los otros como él.