Martín García Barbadillo

Plaza Mayor

Martín García Barbadillo


Niños

19/08/2024

Esta provincia pasa en verano (fugazmente) de desierto a resort turístico. Y ahí suceden algunas cosas de las que, tal vez, se podría aprender algo.

Dos niñas, de unos cinco años, bajaban mi calle en bici sin manos. Era por lo menos la quinta vez seguida que lo hacían. Se acercaba la hora de la merienda y para ese momento sabe dios todo lo que habrían hecho en ese día (y lo que les quedaba por hacer), sin duda el equivalente a varias jornadas o semanas de su vida invernal. Y ya no es el cuánto, sino el cómo: en libertad. 

A los niños de hoy les ha tocado crecer en una época de control, en un momento en el que padres que crecieron con libertad de movimientos temen no se sabe muy bien qué pueda pasarles a sus hijos y los atan en corto. Es significativo, por ejemplo, que muchos pequeños lleven teléfonos-reloj-geolocalizadores en la muñeca, o se construyan en las ciudades (incluso en Burgos) urbanizaciones con parques infantiles detrás de vallas. Esto sucede, no olvidarlo, en uno de los países con menor índice de criminalidad del mundo.

Pero en el resort veraniego esta paranoia salta por los aires: un niño lo es de manera clásica; desde muy pequeño camina, simplemente, libre, con lo que eso implica. Va y viene, forma parte de un grupo, tiene que gestionar los conflictos, ha de saber ceder o, si toca, aburrirse con otros. Y, lo bueno: todo sin adultos. Sin padres, profesores o la legión de monitores, instructores, cuidadores que supervisan las actividades extraescolares, ese océano insondable que se utiliza para llenar el tiempo en la vida moderna. Aquí la extraescolar es vivir, y por eso no se ha recogido jamás testimonio alguno de nadie maldiciendo los veranos de su infancia en el pueblo. Ya se sabe que el que prueba el veneno de la libertad no lo olvida. Y lo tendrá bien presente, por ejemplo, en un mes, cuando esté esperando de la mano de su padre o madre a que cambie a verde un semáforo en la ciudad y sienta que no pude salir sola/o a la calle ni hacer prácticamente nada; como si hubiera descumplido años a lo Benjamin Button.

Es curioso el miedo a la libertad de esta sociedad, que concede una especie de tregua condicional de un par de meses a sus hijos para volver después al régimen duro. Esa libertad de pueblo, esos niños autónomos y libres, la vi también en Estocolmo, donde se topaba uno con chavales de 9 o 10 años, solos o en grupo, caminando por la calle o viajando en metro con ropa de entrenamiento; yendo a sus cosas, haciendo la vida. Igual es que se puede.

Salud y alegría.