Ha culminado una Semana Santa, pasada por agua, en la que buena parte de las más acendradas tradiciones de estos días, sobre todo aquellas que tienen como escenario las calles de nuestros pueblos y ciudades, han tenido que suspenderse. A pesar de todo, la ocupación turística ha rozado el pleno total, lo que indica la gran fuerza que tienen estos acontecimientos para atraer visitantes ansiosos de encontrarse con arcanas señas identitarias. Pero, verdaderamente, ¿nos encontramos siempre ante tradiciones de remotos orígenes? Eric Hobsbawn acuñó el certero término de la 'invención de la tradición' para referirse a aquellas conductas culturales que, en principio, pueden parecer antiquísimas pero que en realidad son relativamente recientes y que tienen como objetivo consolidar los lazos colectivos.

Pues bien, esto es lo que está ocurriendo con muchas de nuestras semanas santas, en las que parece que, en los últimos años, hay una carrera por multiplicar actos dotados de una presunta antigüedad incluyendo elementos inventados y asimilando tradiciones foráneas. Todo ello puede generar excesos que a la hora de la verdad conviertan en parques temáticos algunas de estas celebraciones en una competición sin fin por atraer a un cada vez mayor número de viajeros. Ni siquiera las más famosas celebraciones de estos días como las de Sevilla, Valladolid, Zamora, Málaga… se libran de estas tentaciones de crecer sin fin y tienen un riesgo cierto de 'morir de éxito' por la acumulación de nuevos actos con rasgos de presunta antigüedad y por la llegada creciente de visitantes en una espiral que parece no tener fin.

Todo ello nos debe hacer pensar en los objetivos esenciales de estas celebraciones, de carácter religioso y de identificación colectiva, y no obsesionarse por el número de visitantes, ya que esa no es la liga de las cofradías sino la de los hosteleros. Por fortuna, aún quedan en nuestros pueblos celebraciones no inventadas ni aculturadas, en las que se sigue palpando un auténtico sentimiento religioso y de unión con los ancestros y en las que las turbamultas de un turismo, que viaja a golpe de búsqueda de Google, aún no ha hecho mella, aunque por desgracia muchas de estas verdaderas tradiciones no inventadas se hallan en trance de desaparición.