Corrían los años 70 del siglo pasado. Habíamos estado ahorrando durante el verano, porque éramos pequeños y queríamos montar mucho rato en los 'cochecitos'. Y es que, de niños, oíamos el Cañonazo y se nos alegraba el alma.
Con el Bailad, bailad, gigantones, empezaban las correrías ante los Cabezudos: ¡qué malo era 'El Chino'! ¡Qué fuerte sacudía! Y ya nos sentíamos plenamente en fiestas.
A misa y a la ofrenda de la Patrona íbamos todos guapos, peinaditos y perfumados; normalmente, de estreno. Esos días tomábamos el vermú, la Mirinda compartida entre hermanos y, si se podía, aperitivo: recuerdo especialmente las gambas del bar Tu y Yo. La comida era familiar y grande, con los tíos y los primos que venían a las fiestas.
Por la tarde, tras la siesta -¡obligatoria!- bajábamos con las peñas, paseando desde la Chata hasta el Arco Isilla. Y luego, en la verbena, los niños nos juntábamos a bailar en la zona de los parterres cercanos al antiguo templete de la plaza Mayor: imitábamos a nuestros hermanos mayores en sus guateques y movíamos el esqueleto con poco garbo. Y montábamos en la noria y en el tren de la bruja (había también otros dos trenes, verdaderos, que sí circulaban). Y en La Cadena mirábamos los fuegos artificiales que nos dejaban boquiabiertos.
No oíamos las dianas, ni íbamos a las vaquillas, era demasiado temprano para nosotros; pero sí veíamos los teatrillos de calle y el guiñol, las cucañas y las carreras de barcas…
A los actos oficiales no acudíamos, ¿para qué íbamos a ir si no conocíamos ni a pregoneros ni a alcaldes? Eso eran cosas para los mayores.
De aquellas fiestas a las de ahora muchas cosas han cambiado (no tenemos trenes serios, nos comunicamos por internet, hay otras actividades…), pero espero que el espíritu sea el mismo: la diversión con familiares y amigos, las ganas de disfrutar y una convivencia en paz.
PD: No quiero olvidarme de citar aquí a la magnífica pregonera de este año, todo un lujo: Isabel Santos. De Aranda. De Teatro. Y Mujer.