Tengo grabada en la retina la sonrisa de Pilar Rahola. Acabo de apagar la tele, donde buscaba algo aburrido para acunar la sobremesa, y la histórica independentista catalana se ha colado en mi salón, absolutamente exultante. No recuerdo verla tan contenta desde los tiempos de Crónicas Marcianas. Su alegría es mi desgracia, pues yo no soy independentista. A partir de ahora solo seré el Pagafantas de su acuerdo de investidura.
Lo resumía a la perfección el titular del sábado en este periódico: Un escaño de ERC pagaría el AVE, la A-12 y la A-73. Y se explicaba aún mejor en el subtítulo: Los 2.143 millones que el Estado perdonará a Cataluña por cada uno de los 7 votos del partido independentista son tan solo un millar menos que la histórica deuda que reclama la provincia.
La decisión del PSOE de gobernar, literalmente, a toda costa, no solo consiste en comprar de cabo a rabo el relato del golpista huido de España en un maletero, sino también en una montaña de pelas. De perras. De cuartos. De tela. De pasta. De eurazos. De millones que van a suponer una factura descomunal para todos nosotros.
Los paganinis de la fiesta seremos los castellanos, los del norte y los del sur, que nunca amenazan con irse de España ni tienen el as en la manga de la capitalidad madrileña. También los aragoneses, los riojanos, los asturianos, los cántabros, los extremeños. Todos los que no hagan ruido se quedarán, como sucede desde hace un siglo, con cara de 'pringaos' frente al chantaje de los nacionalismos periféricos o la potencia demográfica de Andalucía, la Comunidad Valenciana o la Región de Murcia.
Así que de nuevo, nosotros, a poner la otra mejilla. Cuando salgan adelante los próximos Presupuestos Generales del Estado se agravarán las vergüenzas que soportamos hace décadas y nos volverán a decir que, sintiéndolo mucho, no hay dinero para rematar infraestructuras. La diputada Esther Peña o el senador Ander Gil harán malabares para intentar justificarse. Y Pilar Rahola volverá a aparecer radiante en nuestras pantallas.