Tomarse unas elecciones en serio requiere un gran esfuerzo personal. Mediáticamente todas se tratan igual: campaña enfocada a ataques y descalificaciones, resultados centrados en colorear mapas y gráficos con los distintos partidos, escasísima mención a los programas y sus contenidos, es decir, a las líneas de trabajo real que van a afectar a la vida real.

Hasta las elecciones locales están contaminadas por esta insana simplificación de la política.  El simple hecho de que las listas municipales no sean abiertas, para que podamos los habitantes de cada municipio elegir a las personas que consideramos óptimas para gestionar, independientemente del color del partido, es ya en sí una aberración que continuamos soportando sin protestar. 

Y si esto nos pasa con  las elecciones locales, ¡qué vamos a esperar de las europeas! Ni una palabra sobre las propuestas programáticas.  Corre a cuenta del ciudadano dedicar tiempo y esfuerzo en buscarlas, (gracias a que tenemos Internet) y leerlas, para luego encontrar que son demasiado generales, o ambiguas, o dan risa, porque son problemas enquistados que no se han resuelto aún y dudo que haya la pasión suficiente en los nuevos parlamentarios para luchar y mejorarlos. 

Más difícil es conocer a las personas que nos van a representar, aparte del cabeza de lista, el único candidato visible. Supongo que serán copias exactas, lo cual no tranquiliza. 

Con estos mimbres no es de extrañar que consigan representación los gallos que más vocean o que se hacen virales en redes sociales.

Luego nos diseñarán una PAC surrealista, que favorecerá a grandes propietarios que no ejercen la agricultura a título principal.  O seguiremos con ese papeleo excesivo e irritante, o se abordarán con tibieza y escasa humanidad problemas graves como las guerras o la migración. 

Mi querida Europa: estás tan cerca pero te siento tan lejos...