Los que somos de la EGB acabamos hasta la coronilla de Antonio Ozores y la frase con la que terminaba sus intervenciones en el Un, dos, tres. Todos los viernes remataba sus incomprensibles parodias ante la dicharachera Mayra Gómez Kemp con el famoso «...por fin somos europeos». La frase del humorista, en los tiempos de nuestro ingreso en la entonces CEE, tuvo sus discípulos en la política, que ante cualquier atisbo de caspa hispana comenzaron a apelar a lo cool del Viejo Continente y siempre finalizaban muchas de sus peroratas reclamando «más Europa». A día de hoy lo siguen haciendo.
El caso es que esa Unión tan aséptica y aseadita, con capital en Bruselas, esta semana se ha visto contaminada por el virus de la corrupción. A la eurodiputada socialista griega Eva Kailí le han pillado con el carrito del helao y a su padre con una maleta repleta de miles de euros procedentes, presuntamente, de alguna coima por sus agasajos al régimen sátrapa de Catar. Resulta pertinente buscar en internet su intervención en el Parlamento Europeo en favor del país del Golfo, «a la vanguardia» en derechos laborales, llegó a proclamar sin pudor, eso sí, con un poco más de alegría en su cuenta corriente.
No parece que la política helena haya sido la única en dejarse untar por los nuevos dueños del mundo y del fútbol. La corrupción siempre deja mancha y se extiende como el aceite, llegando a salpicar a otros europarlamentarios y a burócratas que habitan en unas instituciones cada día más alejadas de los ciudadanos. El escándalo es todo un síntoma del desnorte en el que se encuentra la UE. Cada vez es más notorio que cada país ha decidido mirar por su ombligo, sobre todo aquellos estados que siempre han estado en vanguardia y que en estos tiempos convulsos han puesto sin pudor sus principios en almoneda.