Generar aprendizaje a través de la inclusión es un proceso clave para promover una educación equitativa y diversa. Para ello, es necesario que la inclusión sea un eje angular que guíe cualquier proceso de enseñanza, valorando las características personales, sociales y culturales de los estudiantes. Para ello, estos aspectos han de ir más allá de la valoración de elementos puramente teóricos, siendo necesario que se delimiten formas de proceder prácticas enmarcadas en entornos de aprendizaje que respeten cualquier tipo de diferencias. En este sentido, una de las claves se encuentra en 'sacar' lo mejor de cada estudiante, respetando los niveles heterogéneos que tiene cualquier grupo.
Para ello, la formación, tanto inicial como permanente, es imprescindible, debiendo buscar alternativas metodológicas y evaluativas que promuevan la autonomía del estudiante, y que, como consecuencia, favorezcan su autorregulación académica. La educación, sin la atención a la diversidad se desvanece, ya que es la esencia del aprendizaje, y más cuando proviene de la escuela. No obstante, debe quedar claro que la plena atención a la diversidad solamente puede conseguirse con la ayuda de las administraciones educativas, que ha de plasmarse en recursos personales y económicos, como por ejemplo la reducción de las ratios de estudiantes por profesor. Si esto no sucede, en muchos casos es inviable, hay que atender con garantías a la inclusión.
Sin embargo, del profesorado sí dependen otros aspectos como, por ejemplo, el diseño y realización de tareas formativas que fomenten la generación de un clima social óptimo a través de las relaciones interpersonales, la flexibilidad en el tipo y temporalización de las actividades propuestas, así como el enfoque metodológico y evaluativo a llevar a cabo. En este sentido, implantar propuestas de aprendizaje cooperativo (no confundir con colaborativo) permiten que, a través de la responsabilidad individual de cada estudiante, se establezcan metas de logro alcanzables por el grupo, partiendo de las particularidades de cada individuo. Estos procesos metodológicos, adaptados a sistemas de evaluación que permitan la implicación del estudiante, incrementan las posibilidades de generar competencia percibida, que, sin duda, es una de las variables más incidentes en la inclusión educativa.
En determinados casos, la diversidad se aborda únicamente a través de postulados teóricos, charlas, jornadas, contenidos aislados o celebraciones de eventos que abogan por la interculturalidad y la inclusión, dejando de lado la instauración de procesos formativos que realmente la garanticen. Es por ello que variables como la autonomía, las habilidades socioemocionales o la resolución de conflictos han de abordarse de forma integrada en tareas y proyectos que permitan al estudiante tomar decisiones en relación a sus avances cognitivos, sociales y afectivos.
Por lo tanto, la inclusión no es solo una cuestión de integración puntual, sino de transformar la manera en que se enseña y se aprende, promoviendo la equidad y el acceso a todos los estudiantes, sin importar sus diferencias. Cuando todos los estudiantes se sienten valorados y tienen la oportunidad de aprender según sus propias capacidades, el proceso de aprendizaje se enriquece enormemente, y es ahí donde debemos focalizar nuestros esfuerzos.