David Hortigüela

Tribuna Universitaria

David Hortigüela


La sobreprotección del estudiante

09/04/2025

En la sociedad actual, muchos padres y madres han adoptado un modelo de crianza basado en la sobreprotección, impulsados por el deseo de garantizar el bienestar y la seguridad de sus hijos. Sin embargo, esta tendencia, aunque bien intencionada, puede tener efectos perjudiciales en su desarrollo, afectando no solo a la infancia, sino también a la adolescencia y a la vida universitaria. La sobreprotección priva a los estudiantes de experiencias fundamentales, lo que puede convertirlos en adultos inseguros, dependientes y con dificultades para afrontar diversidad de situaciones de la vida.

Uno de los principales problemas de la sobreprotección es que limita la autonomía. Los padres y madres que resuelven todos los problemas de sus hijos, que toman decisiones por ellos y que los protegen de cualquier tipo de dificultad, impiden que desarrollen habilidades básicas como la resolución de conflictos, la toma de decisiones y la capacidad de afrontar el fracaso. Un niño que nunca se ha enfrentado a desafíos por sí solo crecerá con una baja tolerancia a la frustración, lo que a largo plazo puede afectar su estabilidad emocional, y esto es algo que se refleja directamente en su vida adulta. Los adolescentes que han sido sobreprotegidos suelen mostrar mayores niveles de ansiedad e inseguridad, ya que no han desarrollado herramientas para manejar situaciones de estrés o incertidumbre. Muchos de estos jóvenes presentan miedo al fracaso y evitan asumir riesgos, lo que puede afectar a su autoestima y a su capacidad para tomar decisiones.

Cuando estos adolescentes ingresan a la universidad, los efectos negativos de la sobreprotección se intensifican. En un entorno en el que se espera que los estudiantes sean responsables de su propio aprendizaje y tomen decisiones autónomas, en muchas ocasiones no es así. Se observan cada vez problemas más manifiestos a la hora de ser capaces de organizar su tiempo, de gestionar las tareas, de asumir las consecuencias de la falta de trabajo, o incluso de aspectos tan simples, como ser puntuales. Una universidad cada más infantilizada no beneficia a nadie, desde luego. Es fundamental que el estudiante tenga resiliencia, sepa solventar sus problemas de manera autónoma y no emplee siempre la queja como mecanismo de justificación de sus malos resultados. Lidiar con el fracaso es algo que debe enseñarse desde las primeras etapas, haciendo ver que todo requiere de un tiempo, que nada es inmediato, y que toda situación puede reconducirse a través del trabajo, reflexión y autocrítica.

En este sentido, una elevada sobreprotección puede tener consecuencias negativas, cada vez mayores, en el estudiante, lo que desencadena en problemáticas vinculadas con su autonomía e independencia y asunción de responsabilidades, con todo lo que ello conlleva, por ejemplo, en el futuro acceso y desarrollo profesional. Por ello, es necesario que comunidad educativa, familia y sociedad remen en una misma dirección, promoviendo el compromiso, la disciplina, la constancia y la autonomía como elementos clave para su desarrollo estudiantil y profesional, pero, sobre todo, humano.