Soy oyente de radio deportiva. Qué le vamos a hacer. De siempre. Por la noche o por la mañana ahora que el podcast está más vivo que nunca, aunque te quite eso que sólo puede darte el directo de un transistor de madrugada.
En estos días en que por trabajo y por devoción uno no ha dejado de escuchar de todo y a todos, Juanma Castaño ha hecho bueno aquello de que, ante la duda, periodismo. Y si la duda sigue, ante todo, radio.
Porque lo que ha hecho Castaño es periodismo y es radio. Con mayúsculas. No hace falta estar allí para hacerlo como muchos creen. No hace falta mancharse o hacer que te manchas de barro. El periodismo se hace o no se hace y ahí poco tiene que ver el lugar, el plano, el foco o el encuadre. La radio, como siempre, está donde se espera que esté, que es al otro lado del aparato. En un coche, en una casa, en un teléfono, en un transistor. En cualquier lugar para que, quien sea y donde sea, escuche un teléfono, llame y cuente lo que ve para ser los ojos de los que no vemos.
En mitad de unos días en los que, como en cada tragedia, sale lo mejor y lo peor de una España y un oficio en decadencia, Castaño y compañía, que son periodistas antes que periodistas deportivos, nos han puesto a los de informativos la cara colorada. Porque sigue habiendo servicios informativos, ¿no?
En mitad de un país en que las instituciones y algunos medios han estado a la altura de lo que esperábamos, que es más o menos la del betún, un tipo que habla de fútbol en la COPE ha sabido hacer lo que el periodismo debe y la radio ha de cumplir. Contar lo que pasa. Primando lo bueno a lo malo. Contándonos que Paula estaba agarrada a un árbol la madrugada del martes y saludarla para celebrar la vida el miércoles en vez de recrearse con la pornografía del dolor y las historias que nos revuelven las tripas a todos. Una buena nueva en medio de tantísima oscuridad. Cinco minutos de oasis en cuarenta y ocho horas de mierda. Justo lo que necesitábamos. Algunos al menos. Un zigzagueo al lodo mediático que compañeros e influencers de mocasín ejercen como borregos por un miserable puñado de seguidores.
Entre consignas pseudorevolucionarias tras un teléfono de mil quinientos pavos del tipo sólo el pueblo salva al pueblo y líderes que han tocado fondo cuando pensábamos que el fondo estaba hecho añicos hace tiempo, escuchar a alguien hacer radio y hacer periodismo, con lo que sencillo que parece y lo complicado que es, reconcilia a uno con la profesión. Aunque al descolgar el teléfono contesten al otro lado: Juanma Castaño, deportes.