Uno de los grandes problemas que la pandemia de COVID-19 puso de manifiesto es la desigualdad entre países sobre la distribución de vacunas. Sólo los países con suficientes recursos económicos pudieron acceder rápidamente a las vacunas desarrolladas, ya que eran capaces de comprarlas. Pero muchos de ellos se hicieron con más dosis de las que realmente necesitaban. Los Estados Unidos compraron un número de dosis con las que cubrían la vacunación completa para el doble de su población. Canadá, cinco veces más de las que eran realmente necesarias para sus ciudadanos. El acceso a vacunas de COVID-19 por países con pobres recursos llegó mucho más tarde, y se basó en donaciones de vacunas que sobraron después de las que compraron los países más ricos. Aunque es normal que en el caso de una emergencia internacional pandémica cada país cubra sus necesidades vacunales para sus ciudadanos, antes de considerar el apoyo a otros países que no pueden comprarla, la acumulación de más dosis vacunales de las necesarias por países desarrollados hizo más difícil el acceso temprano a las vacunas por otros países con menos recursos. En concreto, muchos países africanos sufrieron de una falta de acceso rápido a las vacunas de COVID-19, lo que posiblemente dio lugar a millones de muertes en el 2021 que se pudieron haber prevenido.
Quizás en un mundo tan egoísta como en el que vivimos no haya sitio para el argumento de que los países más ricos tienen la obligación moral de ayudar a los más pobres. Pero hay también una argumentación más práctica y es la de que las pandemias no respetan las fronteras. Si una enfermedad infecciosa de fácil transmisión es prevalente en una región, inevitablemente va a llegar a las regiones colindantes, y de ahí a otros países, poniendo en riesgo todos las habitantes de nuestro planeta, independientemente del país al que pertenezcan. Durante los últimos dos años, la Organización Mundial de la Salud ha intentado que sus países miembros logren un acuerdo de cómo prevenir y responder de un modo mas equitativo y justo a pandemias futuras, sin que se haya logrado hasta ahora, debido a diferencias de opiniones sobre cómo priorizar necesidades y acceso a propiedad intelectual de las farmacéuticas que desarrollen las vacunas necesarias. Este problemas no es nuevo, y aunque se ha avanzado en el acceso a nuevas medicinas por parte de países necesitados, cada avance ha llevado mucho tiempo y ha sido específico para una enfermedad en particular, como puede ser el acceso a medicamentos contra el SIDA. Y cuando nos encontramos ante una pandemia, no hay tiempo que perder en encontrar remedios y hacer nuevos acuerdos.
Es hora de que nuestros líderes políticos internacionales se pongan de acuerdo para garantizar el acceso y la distribución de medicinas y vacunas a países necesitados. De otro modo, se volverá a repetir la situación que nos pasó durante la pandemia de COVID-19. Aunque pandemias futuras son inevitables, podemos mitigar su impacto mucho mejor con una distribución más equitativa de las medicinas y vacunas que se desarrollen contra la enfermedad causada por el patógeno que cause la pandemia.