El carnaval es una fiesta que nunca ha tenido demasiada tradición en nuestra tierra, al menos desde que tengo memoria. Y no solo en Burgos, tampoco en el resto de territorios castellanos. Son varias las causas por las que no le tenemos mucha afición a eso de disfrazarnos y salir a la calle a cantar chirigotas. Y a pesar de ello, últimamente veo desde la distancia que está en plena revitalización con un desfile que cuenta con color, sabor y diversión familiar y actividades con participación de miles de personas. Viva el Carnaval.

Indudablemente, la meteorología condiciona en gran medida esta fiesta callejera, de la que tanto disfrutan en Tenerife, Cádiz y otras ciudades con temperaturas mucho más cálidas que las burgalesas. Este fin de semana ha hecho frío, aunque parece que el termómetro vuelve a recuperarse otra vez, y esa es la tónica habitual de los meses de febrero en la capital y provincia. Estas bajas temperaturas ayudan a azuzar el ingenio y pensarse muy mucho qué disfraz ponerse para disfrutar de los carnavales en la calle y no morir en el intento.

De ahí en que, más que fijarme en las diferentes formas de celebración de estas fiestas paganas que dan comienzo a la Cuaresma, me llama la atención el diseño de los disfraces. Yo creo que a nadie se le ocurriría vestirse de oso polar en Málaga o de vikingo en las Islas Canarias. Hay otros atuendos más originales, pero es requisito fundamental que se pueda llevar una camiseta debajo o incluso he llegado a ver disfraces encima de la cazadora. El de Bibendum no estaría mal.

Eso sí, la ventaja de que haga algo fresquito, es que se pueden interpretar mejor las coreografías musicales o bailes improvisados, que además de alegrar el ambiente sirve para entrar en calor. Todo es positivo para disfrutar de las fiestas, que se acaban pronto.