Andan estos días nuestros políticos tirándose los trastos a la cabeza por el número de árboles que deben talarse en el Parral o si estamos aún a tiempo de salvar algunos de los planes de Patrimonio Nacional. Cuando estos días leía las informaciones sobre la remodelación del parque, me venían a la memoria muchos recuerdos de mi infancia y adolescencia.
Yo vivía en el barrio de San Pedro de la Fuente cuando ahí se acababa la ciudad y comenzaba el campo. Y la cercanía me llevó al Parral en muchas tardes de merienda y largos paseos por un espacio que me parecía inmenso por aquel entonces. Cuántos partidos habré jugado en alguno de los campos que formaban los claros que dejaban los numerosos árboles.
Luego ya fui creciendo y le fui cogiendo la medida. Más que nada porque servía como campo de atletismo para hacer las pruebas de 100, 500 y 1.000 metros que puntuaban para la clase de Educación Física. Yo estudiaba en el Liceo Castilla, que aún ocupaba una gran manzana de la calle Concepción frente a la iglesia de San Cosme. Desde allí, el gran profesor Benito Peláez nos hacía bajar corriendo hasta el Parral para calentar y luego ya cronometrar la prueba atlética. Es verdad que yo sudé la gota gorda muchas veces, pero también pasé grandes ratos.
Posteriormente he disfrutado del Curpillos y otras fiestas juveniles. Pero siempre recuerdo los árboles, que a veces eran las porterías de fútbol, otras el mural sobre el que dibujar un corazón con iniciales y muchas el respaldo donde apoyarse a la sombra para una bonita charla. En el futuro no sé cómo quedará el parque, seguramente será bonito, urbano y más 'civilizado', pero seguro que ya no será ese que yo recuerdo y que forma parte de mi infancia, adolescencia y juventud.