Una amplia gama de tonos y formas decoran nuestros campos, producto de la variedad de especies presentes en ellos. Todas ellas coexisten en equilibrio, creando diferentes hábitats, hogares para muchos animales. El manto celeste cambia con el curso del día y de las estaciones, marcando un ritmo cuidadosamente estudiado. Detrás de todo este escenario que sirve de musa a poetas, novelistas, pintores y demás artistas subyace un conjunto de mecanismos que mantienen la vitalidad perpetua de sus tierras: la ciencia. 

Pero ¿dónde está la ciencia en el campo? El campo es ciencia. Extrayendo la verdadera esencia de lo que nos cuentan los libros vemos la magia detrás de los colores, fruto de la combinación de la física óptica y la biología. La astronomía, determinante para entender qué se esconde a plena vista cuando nos tumbamos en el prado a observar el cielo. La química, con todas sus variantes, y las ingenierías, ayudándonos a escuchar la historia de nuestros campos y permitiéndonos actuar consecuentemente a sus necesidades. La tecnología facilita el trabajo del ganadero y el agricultor, reduciendo el tiempo invertido y aumentando la productividad y la seguridad. Esto es solamente un pequeño atisbo de las ciencias más representativas, siendo conscientes de que son más universales y están presentes, aunque no tan obvias, en todas esas áreas. 

La ciencia forma una parte esencial el campo, entonces ¿por qué estamos alejándola de los que forman parte de él? No se proporcionan suficientes recursos al medio rural a pesar de que ellos sí responden con creces a las pocas oportunidades que les llegan. Existen entidades y proyectos que tienen como objetivo acortar la distancia a los grandes núcleos, pero no es suficiente si no hacemos todos algo. Debemos acercar las oportunidades al medio rural y fomentar así las vocaciones científicas, porque ellos son parte fundamental del futuro.