No sabemos a ciencia cierta si hemos de atribuir la culpa de tanta desdicha a los nuevos escenarios geoestratégicos mundiales, a la guerra en Gaza, a la volatilidad de los mercados o a un incremento explosivo de la demanda, pero el caso es que hacer la compra, y en general sobrevivir cada mes, cada vez nos está saliendo más caro, así que nos hemos resignado desde hace tiempo a rezongar por lo bajo cada vez que tenemos que apoquinar en el colmado un litro de aceite de oliva o una docena de huevos, y a llevarnos un sobresalto de aquí te espero cuando nos toca mirar el recibo de la luz. No debe juzgarse extraño, por tanto, que esta semana hayamos gozado de lo lindo con la ilusión que ha dibujado el desplome del mercado mayorista eléctrico, que ha dejado por unas horas el precio de la energía en valores negativos. No es que las compañías eléctricas nos vayan a pagar dinero por consumir de lo suyo, que ya sabemos que no tienen esa costumbre, pero al menos hemos podido disfrutar durante unas horas de la discreta venganza de hacer un corte de mangas a Iberdrola cada vez que abríamos la nevera.
Sabemos que en la vida, como en los juegos de azar, el arte reside en sacar provecho de los lances más desafortunados, y por eso no nos ha parecido tan mal que la borrasca Nelson, que arruinó la Semana Santa, haya logrado que la producción de energía eólica bata marcas, provocando de paso un descenso generalizado del precio de la luz. También en nuestro suelo bendito nos hemos topado con una sorpresa de similares perfiles, aunque esta más modesta, puesto que el ataque cibernético sufrido por la empresa que gestiona el sistema de recarga del bonobús ha permitido durante unos días al vecindario viajar en los autocares de línea sin aflojar un céntimo.
No es cuestión, en cualquier caso, de dejarnos engañar por esos espejismos africanos, por mucho que nos procuren ocasión de regocijo, pues a la vez somos puestos en autos de que los empleados españoles llevan más de quince años perdiendo poder adquisitivo y los precios de bienes tan necesarios como la vivienda no paran de encabritarse. Pero con algo habremos de consolarnos, digo yo.