Mientras espero en cualquier momento la llegada de la siguiente multa, sanción o disgusto que me van a dar esta semana desde cualquiera de los órganos de la administración, intento seguir adelante y no caer en el desaliento. La realidad es que no tengo tiempo, y por ahora nada me impide girar y girar en la noria.
Menos mal que la semana pasada me bajé un ratito de ella, y me largué a un congreso de Derecho de Familia, ya saben, por eso de reciclarme como la basura, y ni corta ni perezosa, tras un previo a mi salida de la ciudad de infarto, con consulta médica telefónica incluida, conseguí al fin llegar en hora al autobús, pero también llegué sin mis dos móviles.
Inicialmente, casi me da un síncope, pero tras una hora de autobús conmigo misma, escuchando a mis amigas en los asientos de delante y tras echarme una cabezadita, me desperté sin el más mínimo interés en mirar mis teléfonos, que no estaban. Así que durante dos días, sin ordenador, sin móvil, sin tablet, y con tan solo mis fabulosas amigas y sus móviles, que, prometo, no he usado más que para hablar un momento con mi sufrido marido. Debo confesar que, contra todo pronóstico, he conseguido sobrevivir y diría que he vuelto a disfrutar de la vida, aunque fuera brevemente. Es como si me hubieran aumentado las dioptrías y me hubieran dado las gafas correctas, la vida estaba pasando y yo no era capaz de verlo. Soy una esclava de la tecnología. Ya sé que nos ayuda un montón, pero según lo hace también nos somete a su dictado.
Durante dos días he sido realmente libre, he visto como la gente a mi alrededor se aísla al estar pendiente constantemente del móvil, y se pierde esas cositas sencillas de la vida que pasan sin más, como la primavera, o simplemente disfrutar de una caña en silencio, sin pantallas, observando lo que ocurre en la vida real o, simplemente, estar contigo mismo, sí, ese gran desconocido que siempre anda corriendo y con el que casi ya no te hablas, pero con el que recuerdas que tenías una relación increíble. Yo quiero volver a tomarme algo con él, porque seguramente esa sea la relación más interesante que voy a tener nunca. Tal vez le mando un WhatsApp o un mail. ¡Vaya, he vuelto a dejarme el móvil!