Estudié en la Universidad de Columbia, en Manhattan, durante dos años, a finales de los 90. En mi otra vida. Cursé allí un Máster de Relaciones Internacionales en la Facultad de Asuntos Internacionales y Públicos (SIPA). Además de las asignaturas habituales en un máster de este tipo (ligadas al pensamiento político, al desarrollo económico, a la diplomacia…), en Columbia pude cursar materias 'diferentes': piano, literatura cubana… Esto sin contar con que el día que no venía un alto cargo de la ONU a dar una charla, lo hacía un disidente de alguna dictadura. En resumen, se promovía la amplitud de miras y el debate.
En tanto que exalumna, recibo múltiples comunicaciones que me permiten seguir el pulso de la universidad, como el último vídeo enviado por la presidenta Shafik, donde habla de la «oferta buena y sincera» que la institución propuso a los estudiantes y que estos no aceptaron (tan buena no sería). Shafik afirma asimismo que la Universidad de Columbia no puede resolver por sí sola el conflicto entre Israel y Palestina, pero que sí puede brindar el ejemplo de un marco donde las personas que discrepen, lo hagan pacíficamente. Exactamente eso es lo que hacían los estudiantes hasta que la dirección de la universidad envió a la policía a desalojarlos, en dos ocasiones ya.
Y es que a algunos se les llena la boca con la libertad de expresión y el derecho a disentir y suelen proclamar que las protestas les parecen bien, hasta que estas les molestan; entonces ya no. Ciertamente, los estudiantes de la Universidad de Columbia no pueden conseguir nada por sí solos; pero unos pocos, a los que se van uniendo muchos, pueden cambiar políticas. Y por supuesto que molestan, porque a veces, la única manera de provocar el cambio es incomodar a los que ostentan el poder, poniéndolos frente al espejo de una realidad que no quieren ver.
Desgraciadamente, y como ese cambio no llegue pronto, el genocidio de Gaza, con la indispensable complicidad de Biden, nos llevará irremediablemente a otra catástrofe, que si bien no es comparable al desastre humanitario, tendrá asimismo consecuencias nefastas: un nuevo triunfo de Trump en las elecciones presidenciales de EEUU.