Soy de las que dice que tiene un proyecto cuando se ha propuesto coser un bolso; de las que entra a la tienda sin saber cuánta tela se necesita y una de tantas a las que la dependienta le hace un traje explicando cómo su generación no sabe valorar el trabajo manual, el esfuerzo y todo lo que requiera más de dos euros.
En mi casa se habla de bajos, de dobladillos y de bieses, también de hurdes, abonos y majuelos. Ni de lo uno ni de lo otro tengo ni la más remota idea y, les podrá parecer una herejía, pero no sé diferenciar el grano de la cebada. Eso sí, soy perfectamente consciente de que es gracias a estos cereales y al hilo, al trabajo y decisión de mis abuelos y al esfuerzo de mis padres por lo que hoy tengo un futuro.
De la misma forma veo el talento y el esfuerzo en cada joven de mi vida, ni ellos se merecen la etiqueta ni ustedes la intranquilidad de haber maleducado a los siguientes. Seguimos luchando, todos mis quintos, aunque las cifras sólo nos den razones para rendirnos.
El Banco de España ha publicado la Encuesta Financiera de las Familias, que señala que en 2011, un 69,3% de los menores de 35 años eran propietarios, hoy es 37 puntos más baja que hace trece años. Una reducción más rápida -sólo han tenido que pasar 24 meses- ha hecho que entre 2020 y 2022, los jóvenes hayamos perdido un 25% de nuestro poder adquisitivo.
Mis compañeras de trabajo -madres de familia y con dos décadas de experiencia más que yo- me cuentan cómo llegaron a una ciudad ajena con lo justo, consiguieron un trabajo, se compraron un coche, se casaron y formaron un hogar del que siguen siendo propietarias. Mientras, escucho a mis amigas, todas con una o dos carreras universitarias, desesperadas por encontrar un trabajo que no sea una beca mal pagada, que aún así no les permitiría independizarse, comprarse un coche de tercera mano o hacer una inversión mayor que un vino un poco subida de precio. Seguimos trabajando aunque la riqueza siga concentrada en los activos reales, esos a los que no tenemos acceso por sueldos irrisorios, oportunidades escasas y -discúlpenme- falta de confianza en los que venimos detrás.