He de confesarles que ese señor mayor, gordito, vestido de rojo y cubierto con ridículo gorro, que llaman Santa Claus, me produce una urticaria, casi tan grande, como la de aquellos modernos que se nos dirigen en estas fechas deseándonos feliz solsticio o felices fiestas de invierno. Yo sigo siendo defensor de nuestros Reyes Magos y de las fiestas de Navidad o de Pascua. También defiendo nuestro tradicional belén como signo de identidad cultural que nos define. Aunque en dura pugna con otras tradiciones de raíz anglosajona, nuestros Magos de Oriente y nuestros bellos belenes siguen teniendo una relativa buena salud y espero que así continúe.
Traigo todo esto a colación porque se han cumplido, la última noche del 24 de diciembre, ocho siglos del nacimiento de la tradición belenista. Ese día, a medianoche, el gran Francisco de Asís, uno de los más importantes hombres de aquel alborear del luminoso siglo XIII, celebró la Navidad en Greccio y quiso conmemorar en una gruta de esa localidad italiana, de la manera más real posible, el gran acontecimiento que había tenido lugar en Belén ochocientos años antes, representando la escena un hombre y una mujer en los papeles de José y María. Una imagen escultórica de Jesús, flanqueada por dos animales, se transformó de manera prodigiosa en un niño de carne y hueso. Desde esa fecha los franciscanos extendieron esta costumbre y pronto comenzaron a realizarse figuras con todos los pasajes de esta historia. Fue nuestro Carlos III quien introdujo en el siglo XVIII, desde el reino de Nápoles donde había gobernado previamente, los belenes en España, contribuyendo a su fijación escultores, como Salzillo, que fueron, poco a poco, hispanizando esta costumbre.
Hoy me sigue emocionando la mirada incrédula de los niños, de la mano de sus padres y abuelos, ante los belenes, aunque a veces dudo si el espectáculo gusta más a los pequeños o a los mayores. Disfruten de los muchos belenes que, por fortuna, se ubican no solo en iglesias y conventos sino también en muchos hogares y sigan viviendo lo que nos resta de estas fiestas de Navidad con la misma ilusión que cuando eran esos niños que se sorprendían ante pastores y magos, ríos, montañas y palmeras que enmarcaban el más grande de los Misterios.