Inés Praga

Esta boca es mía

Inés Praga


Alzar la voz

20/10/2024

Hay un episodio de mi juventud que nunca he olvidado. Acababa de casarme -años 70- y asistía por primera vez a una junta de comunidad de mi nueva casa. Iba a dar mi opinión (tras pedir turno) cuando un vecino me interrumpió diciendo: «espérese Ud., que va a hablar un hombre». No cabe en esta columna todo lo que sentí. Muchos años más tarde, algo parecido ocurrió con Letizia cuando, en su presentación como prometida del príncipe, fue reprendida públicamente por interrumpirle. Hasta en la realeza.

La gran clasicista Mary Beard afirma en su obra Mujeres y poder que el poder masculino es directamente proporcional a su capacidad de silenciar a las mujeres; y, como ejemplo, tenemos Afganistán. El último edicto de los talibanes (agosto) prohíbe que la voz femenina se oiga en público, amordazando cualquier intento de protesta sobre su terrible situación. La voz es el último reducto de la libertad, como bien dicen los versos de Blas de Otero: nos queda la palabra.

En España, la tradición de silenciar a las mujeres solía comenzar en el hogar, donde la autoridad del padre era incontestable y alzar la voz era una subversión de la ley familiar. Sin embargo, cualquier voz anónima puede desencadenar hechos históricos. Piensen, por ejemplo, que fue una humilde mujer negra, Rosa Parks, la que al negarse a ceder su asiento en el autobús a un hombre blanco en 1955, propulsó el movimiento civil que terminaría con la segregación racial. O Ana Orantes, una ama de casa andaluza que en 1997 expuso en televisión el primer caso de violencia de género y fue asesinada días más tarde. El suceso cambió la percepción de la sociedad sobre la violencia doméstica y originó la reforma del Código Penal. 

No olvidemos que tenemos voz, además de voto. La lucha por este último ha sido histórica pero tan importante es nuestra voz, nuestra opinión, nuestra discrepancia y, si es pertinente, nuestra denuncia. Acabo de ver en el cine Soy Nevenka, la primera mujer que denunció a un político por acoso sexual mientras la sociedad le daba la espalda. Hoy hemos mejorado; ya no hablan antes los varones en la junta de vecinos pero hay muchos seres silenciados, no solo las mujeres, a los que debemos prestar nuestra voz. Y nuestro testimonio, como el de esas maravillosas mujeres que han iluminado este semana el periódico contando su experiencia con el cáncer. Bravo, amigas. Y gracias.