Joseph Schumpeter, uno de los economistas relevantes de la primera mitad del siglo XX cuyas tesis se sostienen hoy, sostenía en uno de sus libros que la «prospectiva» (los pronósticos) era un arte complejo y muy difícil. Concretaba a mediados de los cuarenta que el futuro del capitalismo era obscuro, improbable su vigencia… para a continuación decir «vaya usted a saber», quizá sobreviva. Desde luego que sobrevivió, adaptándose, pero hoy sigue siendo un sistema vigente. Hasta los chinos lo aplican, aunque sin trasladar sus principios a la política; capitalismo, pero capitalismo de estado y de partido.
La tesis de Schumpeter me parece vigente, la prospectiva es peligrosa. Aplicado al periodismo puede ser letal. En periodismo es un principio básico distinguir entre la opinión y la información, es decir, que los hechos son sagrados y las opiniones libres. Y cuando se mezclan hechos y opiniones salen perjudicados los hechos, y finalmente la credibilidad.
Algo semejante ocurre con los hechos y las probabilidades (prospectiva). Suelen estar reñidos, pero solo se comprueba con el paso del tiempo, y entonces ya no cuenta. No sé cuál sería la fórmula para distinguir nítidamente hechos e hipótesis, pero su uso serviría para diferenciar y ganar credibilidad. Las hipótesis son solo eso, especialmente cuando tiene poca base más allá de la opinión o sesgo de quien las plantea.
Si aplicamos a muchos contenidos periodísticos un lápiz azul para marcar los hechos ciertos y uno rojo para las hipótesis más o menos verosímiles, resulta (lo he comprobado) que las páginas de información se tiñen de rojo, especialmente las que se refieren a la política.
Me recuerdan a una vieja amiga que despidió a su novio porque siempre estaba más preocupado por mañana que por el presente. Le mandó a paseo y fue más feliz. Eso ocurre con buena parte de la información política, que se entrega al improbable mañana y olvida el hoy, los hechos comprobables. Tengo la impresión de que sabemos menos lo que ha pasado para deslizarnos a lo probable o verosímil que luego no ocurre. Como consecuencia, la credibilidad es baja, y el periodismo se hace inútil.