Inés Praga

Esta boca es mía

Inés Praga


El colmillo retorcido

12/01/2025

Ha sido acabarse Navidad y desaparecer ese caudal de abrazos y buenos deseos que nos bombardearon durante las fiestas. Ni siquiera las rebajas consiguen endulzar esta cotidianeidad grisácea que ha vuelto para quedarse, igual que los kilos de más. Porque los buenos sentimientos, si me permiten la frivolidad, no están de moda o, dicho con más exactitud, están bastante devaluados en el panorama social y laboral. Y conste que no me refiero exclusivamente a la política. 

Recuerdo que hace algún tiempo nos reunimos un grupo para nombrar para un cargo a un colega por sus muchas cualidades: inteligencia, formación, probada honradez, experiencia, don de gentes, hasta que alguien dijo «pero no tiene el colmillo retorcido», y se le descartó. Le faltaba, efectivamente, esa dosis de agresividad, de mala leche, sin la cual parece que el resto de méritos pierden valor. De una persona de gran bondad, por ejemplo, no esperamos que sea inteligentísima y en cambio un cabroncete que rebuzna nos da el pego; porque la maldad se confunde con el talento y se toma a las buenas personas por tontas. Preocupante. 

¿Siempre ha sido así? Es evidente que la excelencia moral ha gozado de mejores tiempos; un simple repaso a los clásicos nos ofrece un abanico de virtudes que antaño formaban nuestra reputación -rectitud, dignidad, coraje, lealtad, generosidad- y hoy nos parecen palabras más propias de héroes literarios que de ciudadanos del siglo XXI. Más recorrido parecen tener las enseñanzas de Maquiavelo cuando aconsejaba al príncipe que «es mejor ser temido que amado», una máxima que sigue estando presente en muchos órdenes de la vida.

Por desgracia, los buenos sentimientos, que haberlos haylos, y muchos, solo se ven en las grandes catástrofes, como la solidaridad de la DANA, y se asocian al ejercicio de la caridad y no a valores como la justicia, la democracia o el progreso. En cambio, el colmillo retorcido, ese distintivo de los viejos jabalíes para detectar el peligro y defenderse, cotiza en todas las bolsas y no digamos en la política, donde es el factor estrella. Y así la vida se va convirtiendo en una competición, donde la mejor defensa es un ataque. Por las redes circula con naturalidad, sobre todo entre los jóvenes, un término y un perfil que en inglés quizá despiste -hater- pero cuya traducción -odiador- nos da pistas de que nos estamos pasando con lo del colmillo. Mucho ojo. 

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