Roberto Peral

Habas Contadas

Roberto Peral


Napoleón

30/09/2024

A uno lo invade a menudo la impresión, probablemente errada, de que muchas de las encuestas que nos sirve la ciencia social a través de los medios de comunicación no persiguen otro objeto que el de entretenernos un ratillo con sandeces de toda índole: así, un día tenemos noticia de que a uno de cada cinco británicos no le importaría practicar sexo con un robot, y al siguiente se nos informa de que el 40 por ciento de los noruegos considera que atizarse unas copas favorece la pronunciación de un idioma extranjero. 

Gracias a tales esparcimientos, esta última semana hemos tenido la ocasión de chotearnos un poquitín de los excéntricos franceses, casi la mitad de los cuales, al decir de un reciente sondeo, estarían dispuestos a votar a Napoleón Bonaparte si, regresado de entre los muertos, el viejo emperador concurriese a las próximas elecciones presidenciales; no nos queda claro, ante tamaño rapto de nostalgia, si nuestros vecinos se han formado el propósito de conquistar Egipto, o les ha dado por suprimir las libertades constitucionales, o es que acaso han vuelto a ponerse de moda en París los sombreros bicornios, que todo puede ocurrir.

Aunque quizá de lo que de verdad nos hable esa dichosa encuesta es de la crisis de liderazgo que sufren las democracias liberales y del descrédito rampante de nuestras instituciones democráticas, acosadas por una corriente pospolítica en cuyo equipaje solo viajan la mentira rala y la falta de escrúpulos. Solo así se entiende, por aportar un ejemplo cercano, que un vendedor de crecepelo como Alvise Pérez lograse 800.000 votos en las últimas elecciones europeas, y que su invento, Se Acabó la Fiesta, ocupe tres escaños en Bruselas.

Tras descubrirse que cobró 100.00 eurazos en negro, el inefable Alvise se burla sin rebozo de sus conciudadanos, insulta a la Hacienda pública y llama al personal a evadir impuestos, como si la sanidad en la que a usted y a mí nos operan de apendicitis se pagase sola. Campan a sus anchas quienes desacreditan a diario nuestra democracia, y su mensaje va calando sin remedio, así que no nos extrañaría que empiecen a proliferar los españoles que, seducidos por tan repugnantes cantos de sirena, se declaren dispuestos a votar a Práxedes Mateo Sagasta, o al general Prim.