Cuando el 22 de septiembre de 1892 don Antonio Cánovas del Castillo, presidente del Consejo de Ministros, se dirigía a la reina regente, María Cristina de Habsburgo-Lorena, madre del rey niño Alfonso XIII, para pedirle que declarara el 12 de octubre fiesta nacional, lo hacía a sugerencia de un círculo de empresarios por cumplirse el IV centenario del descubrimiento, y no con vocación de que se convirtiera en LA fiesta nacional. No fue hasta 1918 que la fecha comenzó a adquirir valor repetitivo en el calendario. Las diversas vicisitudes y sensibilidades del siglo fueron introduciendo connotaciones que poco contribuirían al sostenimiento de la propia idea, extrañamente nacionalizadora, caso de la raza. Unamuno trataría de salvar este término en los años veinte proponiendo entenderlo en sentido espiritual como «algo que se está haciendo siempre, que no está hecho, y si algo central hay que buscar, tenemos que decir que raza es la lengua que es sangre del espíritu». Pero tampoco. Luego llegaría lo de Hispanidad, que, en 1935, Ramiro de Maeztu explicaría que «así como Cristiandad es el conjunto de los pueblos cristianos, Hispanidad sería también el conjunto de los pueblos hispánicos, dando a esta palabra un sentido latino y general». La dictadura franquista vio en esto un utilísimo elemento para su falangimperio retórico-racial y tronante.
Con la recuperación de la democracia fue un error mantener este aparato de pretensiones y sobreentendidos contaminados por tantos abusos del franquismo. El V Centenario evidenció los graves problemas que suponía la retórica colonial por mucho encuentro que se esgrimiera ante la necesaria emergencia de la voz de los pueblos originarios de América reivindicando su propia versión de la Historia. Buscar nuestra afirmación nacional sobre la aceptación de dominios ultramarinos ajenos -hallados fortuitamente no parece lo más sensato en orden a cumplir con el propósito. Una fiesta nacional ha de producir referentes emocionales con fundamento para la comunidad de integrantes. Siendo nuestro estado-nación, como el de todos nuestros convecinos, un desarrollo de la Ilustración, la Revolución y el liberalismo, cuajado durante el siglo XIX, habría tenido mucho más sentido pensar en el arranque del proceso de conquista de los derechos ciudadanos, y fijarse en la proclamación de la Constitución de Cádiz de 1812, eligiendo el 19 de marzo como primera fecha patria.
Perseverar en el error no nos va a ayudar (a uno y otro lado del charco).
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