Una vez al año, cada nueve de mayo, sabía que podría ir al colegio sin libros y no pasaba nada. Era uno de esos días del curso que una amiga llama de chuchú lalá: los maestros los aborrecen, los alumnos los adoran y los padres los temen, por el disfraz de turno de cada ocasión.
En este, mi primer colegio, celebrábamos el Día de Europa como si fuera el acto central que movía al mundo: veían alcaldes, consejeros, eurodiputados y políticos varios y todos los alumnos de tres a 18 años salíamos al patio con banderas de lugares que no sabíamos situar para hacer un paseíllo al modo de las Olimpiadas. Todo se paraba «porque era el Día de Europa» (era la excusa comodín). Estaba tan incorporado a mi mecanismo que, cuando me cambié de colegios después, no llegaba a comprender que no fuese festivo también en aquellos.
A esto se unía cada año una actividad novedosa: una vez tuve que llevar a clase empanadillas polacas (pierogis, descubrí que se llamaban), en 2011 recuerdo un enfado bastante generalizado en mi clase cuando nos contaron que una tal Croacia se incorporaba a la UE -y que por lo tanto nos teníamos que estudiar una capital más-, y en otra ocasión llegó una eurodiputada a contarme que ETA había matado a su hermano (era Teresa Jiménez Becerril) y a pedirme que estudiara idiomas. No sé por qué, pero decidí hacerle caso.
Todas esas ocasiones hicieron que supiera qué era eso de la Unión y que me interesara hasta la obsesión. Conocí todos los partidos y tardé mucho en entender la diferencia entre la Comisión, el Consejo y el Consejo de Europa. Luego llegaron los numerosos viajes a Bruselas y a Estrasburgo patrocinados por parlamentarios (que siempre están encantados de llevar a gente), la carrera de Relaciones Internacionales y el máster en Seguridad Europea. Fui creciendo con Europa en la cabeza.
Sigo asumiendo los errores al proyecto que le vi desde ese día (para empezar, el nombre tan parecido de sus instituciones), pero cada nueve de mayo recuerdo cómo unas empanadillas polacas son las culpables de mi carrera académica y me dieron a conocer un proyecto político y económico que ha supuesto ochenta años de paz en un continente que durante siglos ha sido asolado por guerras fratricidas.