Para mí suponen los Nobel de España, y aunque en el país hay otros de similar prestigio, los Premios Princesa de Asturias que reconocen las Artes, las Humanidades, las Ciencias Sociales, los Deportes, las Letras, la Cooperación Internacional, la Investigación Científica y la Concordia ponen de manifiesto como ninguno el valor extraordinario de personas extraordinarias, y por unos días nos hacen confiar en que, por ello, el mundo también podría serlo.
No sé si será por el momento de desasosiego político y social, por la sensibilidad de los galardonados o por los discursos esperanzadores del jefe del Estado y de su heredera del pasado 25 de octubre en el Teatro Campoamor, pero la entrega de los galardones de este año me ha parecido más especial que las anteriores. De hecho, la alusión de Felipe VI al pensamiento de Adela Cortina, quien ha dedicado gran parte de su obra a defender la ética cívica, el respeto mutuo y la superación de las divisiones en favor de una convivencia más justa y respetuosa, es claramente significativa en lo que se refiere a dejar patente al desacuerdo del monarca con el clima político de intolerancia, desconfianza y polarización constante de los últimos años.
En su discurso, el Rey recordó la capacidad transformadora que tiene el reconocimiento del mérito, el respeto y la empatía, para construir una sociedad que se apoya en el esfuerzo colectivo y el logro compartido. De hecho, aunque los Premios Princesa de Asturias destaquen cada edición a un puñado de personas excepcionales, estimulan cada año a millones a creer que cada pequeño acto de dedicación cuenta. Por ello, los sencillos homenajes que se convocan en el mundo ordinario, en los pequeños territorios y comunidades, que como en el caso de Burgos premian los logros cercanos, nos recuerdan la importancia de valorar el trabajo y la dedicación en todas sus formas.
Si bien los Premios Princesa de Asturias representan un alto reconocimiento internacional, cada galardón entregado en la esfera cotidiana simboliza un profundo aprecio por quienes se dedican con entrega a su labor diaria, desde la cual contribuyen de manera local, pero también trascendente, a la construcción de una sociedad más consciente y comprometida. Enhorabuena, por tanto, a los mejores en lo extraordinario, pero también a los que nos inspiran siendo excepcionales cada día en lo ordinario.