«Puesto que las guerras nacen en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la paz». El entrecomillado corresponde al acta fundacional de la UNESCO, y fue al español que más ha trabajado por la paz, Federico Mayor Zaragoza, y exdirector de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, a quien se lo oí pronunciar por primera vez.
Me hubiera gustado conocer la opinión de Mayor Zaragoza sobre los últimos acontecimientos que están trastocando el orden internacional, pero, lamentablemente, su mente brillante se apagó hace ya más de un año. Sin figuras como la suya resulta difícil discernir entre locura supremacista y ambición económica; si la cultura para la paz en la que el mundo lleva trabajando desde el holocausto evitaría o no una situación similar a la vivida entre 1939 y 1945; y, sobre todo, si la bondad de cada uno de los individuos que habitamos este planeta podría ser más fuerte que la maldad colectiva.
A juzgar por quienes sostienen que nos encontramos ante el comienzo de una nueva era y que en ella es preciso que Europa lidere su propio destino, es absolutamente necesario que Alemania, por ejemplo, vuelva a rearmarse como no lo había hecho nunca desde el fin del nazismo, que regrese el servicio militar obligatorio y que Europa incremente su gasto en los capítulos de Defensa como si fuéramos a entrar en guerra.
Por su parte, quienes no confían en que fortalecer los ejércitos sea una solución beneficiosa para la paz, opinan que, lejos de disuadir, rearmarse es una llamada a la confrontación, además de que las cuentas públicas de los diferentes estados detraerían presupuesto de partidas como Educación, Sanidad o Cultura para hacer frente a esa financiación extra en el capítulo de Defensa.
Como en este caso no se trata de que unos tengan más razón que otros, sino que en su defensa de la paz unos opinan distinto que otros, se echa en falta un análisis político más clarificador de lo que está sucediendo, con el fin de que la opinión pública pueda discernir por cuenta propia cómo fortalecer esos baluartes de la paz que en la mente de muchos hombres y mujeres con poder llevan tiempo debilitándose.