Podemos hartarnos de hablar de desarrollo rural, oportunidades y emprendedores rurales o ensalzar la calidad de vida en los pueblos y las bonanzas del turismo de interior; da igual, porque en el mundo contradictorio e hipócrita en el que habitamos los humanos no faltarán zancadillas y pedruscos para tropezar y hacer trizas nuestras ilusiones.  

Un día te subes arriba cuando te cuenta el Diario que abren un bar o un restaurante en un pueblo o que se consigue atraer a una familia alquilando una vivienda y al siguiente se te cae el alma al suelo al leer las odiseas de unos críos para ir en bus al colegio que les toca o que los grupos de acción local de la provincia se quedan sin la ayuda de la Diputación que les permitía apoyar las acciones de dinamización de las asociaciones de los pueblos más pequeños.

Aún nos creemos esos pomposos discursos de nuestros representantes en las administraciones cuando mencionan su dedicación al medio rural.  Todos ellos, por cierto, receptores de remuneraciones económicas considerables; excepto la gran mayoría de los alcaldes y alcaldesas de los pueblos, que siguen asumiendo voluntariamente una gran dedicación sin ninguna compensación.

¿Quién empuja, mueve y lucha realmente por la supervivencia del medio rural? ¿Los de los discursos o estos valientes regidores y regidoras? ¿Los que prometen servicios que rara vez llegan o los que se lanzan a emprender en un pueblo reabriendo bares, panaderías, tiendas, farmacias, para ofrecer servicios a pesar de la baja población? 

Esto es muy sencillo: visión a largo plazo, empatía con todos los vecinos, de pueblo o ciudad, flexibilidad legislativa, creatividad en la búsqueda de soluciones.  

Que estamos hablando de ciudadanos en igualdad de derechos, no de los parias de una sociedad.