No sé si escribir esta Plaza Mayor llorando o con la resignación del que ya lo da todo por perdido. Del que empieza a creer que España va camino de ser un país fallido, incapaz de dar respuesta a los verdaderos problemas de sus habitantes, y en el que solo la solidaridad ciudadana ante tragedias como la de Valencia, y las alegrías compartidas como las del día de la Lotería de Navidad, dan algo de sentido a lo que pueda quedar de este proyecto compartido.
La propaganda gubernamental nos ha bombardeado en las últimas semanas con una campaña muy cool sobre la bonanza de pagar impuestos. Esa publicidad se ha olvidado de incluir en la letra pequeña menciones a las mordidas que se llevan los comisionistas que se arriman al poder o que de ese dinero, que es de todos, también salen, por ejemplo, las jugosas nóminas que van a cobrar los nuevos miembros del Consejo de Administración de RTVE.
De alguna manera, lo que ocurrió en el Congreso de los Diputados el pasado miércoles es reflejo de la verdadera cara de este país. Mientras la sociedad empezaba a ser consciente de la magnitud de la tragedia provocada por la DANA, en la Cámara Baja el Gobierno y sus socios se dedicaban a colocar a algunos de sus lacayos en la dirección del ente público. Por la tarde, los partidos independentistas de derechas se encargaban de decirle al Ejecutivo que se olvide del impuesto a las energéticas. Es decir, de volverle a recordar quién manda de verdad.
En esa vergonzosa jornada parlamentaria triunfó la diputada de Sumar Aina Vidal, que fue la que dijo aquello de que «los diputados no estamos para achicar agua», cuando se debatía la propuesta de suspender la sesión. No hubiese estado de más que su señoría Vidal nos dijera a los ciudadanos para qué está ella y el resto de parlamentarios en estos momentos de máximo dolor colectivo, ¿sólo para seguir cobrando? Nadie les pide que se pongan las botas de agua y ayuden sobre el terreno, pero sí que sean ágiles a la hora de proponer soluciones a los problemas y no solo de seguir enfangando el país con su sectarismo y empeño en continuar erosionando la convivencia por su propio beneficio.