Rocío Martínez

Pegada a la tierra

Rocío Martínez


La vida no tiene filtros

09/12/2024

Recuerdo mi adolescencia como una época FELIZ. A secas. A tope. Sin matices. No sé, quizás sea la memoria selectiva la que me lleva a recordar aquellos años así, despreocupados, disfrutones, ideales. Que algún disgustillo habría, seguro, pero nada serio, o así lo veo bajo el prisma del paso de los años, que siempre matizan. Benditos dramas los de entonces. Creo que volvería mañana mismo. Pero a AQUELLA adolescencia. Alguna vez me pregunto cómo sería hoy yo si hubiera nacido generación Z. No lo cambio. Me imagino más insegura, me intuyo más infeliz. Creo que antes éramos más felices. O será de nuevo el efecto de los años. O la nostalgia.

A mi generación, año 77, la llaman Xennials, (he tenido que googlearlo) algo así como una tierra de nadie entre los Millennial y los X. Algo diferente. Y eso me gusta. Cada uno éramos, y parecíamos, diferentes. Diferente forma de vestir, diferente peinado… Únicos. Y eso sí, con una moda, la de los 90 que no ha sido precisamente la más favorecedora de la historia. Recuerdo mis grupos de amigas, no había dos iguales. ¿Y ahora? Permítanme la generalización pelín caricaturizada. Ellas. Pelo liso, largo, gloss en los labios, eyeliner, pantalón ancho, top estrecho, ombligo al aire. 
Ellos. Look chandalero. Y el peinado puesto de moda por el futbolista, el influencer o el peluquero de turno. Hace poco asistí a una escena en una cafetería. Un hombre llamaba a un chaval pensando que era su hijo. No lo era, era otro chaval, pero, claro, de espaldas, igualito. 

Claro que esta uniformidad va más allá de la juventud. Los retoquitos dibujan rostros cada vez más difíciles de distinguir. Mismos labios, mismos pómulos, mismo rubio. Y a donde no llegan los retoques, o el bisturí, ahí están los filtros. Miras Instagram o Tik Tok y da la sensación que to' el mundo es guapo, joven, tiene una vida bonita y feliz. Lo feo, lo viejo, en peligro de extinción. Bueno, en el irreal mundo de esas redes sociales que el gran Dani Martín, siempre dando en la diana del corazón y de la vida en sus letras, canta así: ¡Qué fácil la vida brillibrilli! Siempre estáis felices, I don't believe it.
Describe Dani una vida champán alejada de la real. Cuánta razón.

Siempre existieron los cánones de belleza. Irreales, inalcanzables para la mayoría, para la gente normal. Pero ahora, vía digital, y con algún que otro truco de postura fotográfica, parecer un pibón está al alcance de todos. Eso sí, el espejo, como el de la madrastra de Blancanieves, nunca miente. Y claro, comparas lo que te devuelve tu propio reflejo, con las estupendas y estupendos que te arroja tu móvil, y llega la frustración. Por eso Tik Tok va a prohibir los filtros de belleza para los menores, especialmente sensibles en asuntos de autoestima. 
Lo beauty está de moda. La generación Z, especialmente las chicas, se han convertido en un gran nicho de mercado para la industria cosmética. Un chollo. Hace poco la hija de una amiga ¡de 11 años! me contaba súper orgullosa que ella ya tenía sus cositas y rutinas de skincare. La obsesión juvenil por los cosméticos y el cuidado de la piel ya tiene hasta nombre, cosmeticorexia.

Tampoco es de ahora que las mujeres nos sintamos más presionadas por mantenernos guapas, jóvenes, más esclavas de la apariencia, que en nosotras se escudriña más. Aunque los hombres cada vez se suben más a esta ola de aspiración a la perfección, de pavor al envejecimiento. Tampoco hay arrugas en las redes sociales. 

Y por si fuera poco, hay pastillas para adelgazar. Más cómodo, más rápido que la dieta y el deporte, más peligroso también. Cuidado con los remedios mágicos. Y cuidado con pensar que el envoltorio es más importante que el contenido. Y más cuando ese envoltorio que convierte rostros reales en caras que no existen es nocivo y falso. Y la vida, ésa, no tiene filtros.