El Ayuntamiento parece decidido a peatonalizar la calle Santander, una de las arterias de la ciudad, hasta ahora. Una parte de la ciudadanía, especialmente comerciantes y conductores, no está de acuerdo. Un asunto sensible que supone riesgo de pérdida (o ganancia de votos) al margen de la racionalidad y conveniencia de la medida. La polémica me recuerda otra que viví en mis albores periodísticos hace más de cincuenta años, con el cierre al tráfico de las madrileñas calles Carmen y Preciados, que conectan la Puerta del Sol y la Gran Vía. Las posiciones eran similares, para los comerciantes de la zona era una barbaridad alejar el coche de sus establecimientos.
El Ayuntamiento llevó adelante la medida y las calles Carmen y Preciados pasaron a ser peatonales. En pocos años los comercios de la zona mejoraron su valoración para llegar a convertirse en los más apreciados de la capital. A los pocos años, nadie defendía el retorno del tráfico que hoy se consideraría una aberración y una medida propia de algún lunático.
Quizá la comparación no viene a cuento, pero rima. Peatonalizar es siempre una decisión arriesgada, Modifica el statu quo y eso siempre inquieta, no se sabe qué efectos puede tener. Se cerró al tráfico la calle de La Paloma y Laín Calvo y hoy nadie imagina que volvieran a circular coches por ese eje.
Algunos dirán que la calle Santander no se parece al caso de la Paloma/Laín Calvo. Es cierto, la una está peatonalizada y la otra no. No está claro cómo se distribuirá la circulación sin el eje de la calle Santander. Hay riesgos y oportunidades. Merecen un debate serio y, finalmente, merecen probar, ya que todas las experiencias de peatonalización han concluido con su irreversibilidad por mayorías abrumadoras, especialmente de los comerciantes afectados.
La medida precisa de coraje y liderazgo. No habrá consenso político por razones obvias, aunque la ideología cuenta poco en esto. Todas las ciudades que han peatonalizado que conozco han mejorado. Claro, que Burgos puede ser distinto.