Las fiestas han colmado los contenedores de plásticos y embalajes de regalos y bienes de todo tipo, lo que prueba que los burgaleses no han dejado de comprar y siguen consumiendo con mucha alegría. Pero esta imagen de abundancia contrasta con el continuo cierre de comercios de referencia -de esos que una ciudad que se precie debe tener- y el agotamiento de los negocios familiares por falta de relevo generacional (y por dudas sobre su viabilidad). 

La conclusión es clara: compramos, pero no en casa (y nos importa un pimiento). Por múltiples razones, preferimos sacrificar el comercio de proximidad, la vida en las calles de la ciudad, en favor de nuestro bolsillo y la comodidad que supone elegir y pagar en una pantalla digital y esperar a que te lo traigan a la puerta de casa. Por muchas campañas que haga el sector tradicional, no se ha logrado involucrar la decisión de compra de los burgaleses con el futuro de su ciudad. Es más, todos sabemos que los cierres de comercios de los últimos días se pueden resolver con un pantallazo en la web y, si no te gusta o no te queda bien lo que compras, se devuelve... Mientras, las aceras se quedan vacías.

En el último Informe de la Economía Provincial de los economistas, todos los sectores de la economía local salieron muy airosos en 2024, impulsando un crecimiento global por encima de la media española. El único 'pero' (y van varios años ya) lo puso el comercio. En la última década se han cerrado 718 locales y poco a poco ha ido desapareciendo el 16% del tejido comercial. 

No hay una solución fácil para esta sangría, ni tampoco es cuestión de mantener dopado con ayudas públicas a una parte del sector abocada al cierre. Lo que decide el futuro del comercio son las compras y estas están en manos del consumidor. También en estas rebajas.