Un año más, los estudiantes de segundo de bachillerato se han enfrentado, después de un curso durísimo -lo sé porque es el segundo año seguido que lo sufro como madre-, al examen que puede decidir gran parte del resto de su vida: la prueba de acceso a la universidad o EBAU.
Más allá de la injusticia quizás inevitable de jugarse casi todo a una carta, que no dependerá solo del nivel académico del alumno sino también de su estado físico y mental en ese día concreto, hay muchos aspectos del proceso que creo que se podrían mejorar. Hace un año ya escribí en esta misma columna sobre cómo los diferentes plazos del mismo en cada región dificultan enormemente la libre elección de los alumnos. Hoy me voy a centrar en el método de revisión.
Cuando un alumno no está conforme con una nota de un examen, puede solicitar que se revise. Entonces, un segundo profesor lo evalúa de nuevo, y es la media de estas dos notas la que pasa a ser definitiva, salvo que la diferencia entre ambas sea de más de dos puntos, en cuyo caso hay una tercera corrección de oficio, siendo la nota final la media de estas tres calificaciones. Sin entrar a valorar la idoneidad de este sistema, lo que quiero resaltar en esta ocasión es sobre qué documento se efectúa la revisión, porque al menos en Burgos y en otras provincias como la Rioja, todas las correcciones se realizan sobre el examen original. ¿Y esto qué quiere decir? Pues que el segundo y tercer profesor, en su caso, se ven influenciados por los anteriores, ya que ven sus anotaciones y puntuaciones, lo quieran o no.
¿Tanto costaría hacer una fotocopia del examen y que cada corrector revisase una copia limpia? ¿O que las anotaciones y puntuaciones se escribiesen en un documento separado? Así se hace por ejemplo en la Escuela de Idiomas de Burgos, donde se escriben en una tabla que contiene los criterios con los que se evalúa el examen, y que, en caso de reclamación, los posteriores evaluadores no ven.
Es como si en Eurovisión el voto del público se emitiera tras conocerse el del jurado de los países. O como si en unas elecciones la mitad de los electores fuera a votar sabiendo lo que ha votado la primera mitad. Sencillamente ilógico.