Los mayores escándalos que se recuerdan en mi familia tienen que ver con incumplimientos deliberados del horario de llegada a casa. Algunos están vinculados a trastadas propias de la adolescencia y es la parte que menos se recuerda, pero los mayores siempre lo utilizan como agravante. El castigo era más severo que el de una cárcel turca, así que yo una vez salí de casa a las 9 de la noche y volví a las 9.30 a ver si así me rebajaban alguna condena. Pero ni por esas.
Sorprende hablar ahora con psicólogos y psiquiatras que te dicen que aquellos tiempos de discusiones por las salidas nocturnas de los adolescentes han pasado a mejor vida. Básicamente porque a los jóvenes no les mueve la fiesta como a los de generaciones pasadas. Prefieren quedarse en casa haciendo vídeos de TikTok, principalmente bailes, jugando a videojuegos o simplemente visualizando consejos de personalidades llamadas 'instagramers'. Con semejante panorama, afrontar problemas reales se les hace cuesta arriba, lo que implica que la terapia sea para algunos como una actividad extraescolar más. La frustración, la ansiedad y los procesos depresivos aumentan para preocupación de los profesionales.
Una generación de cristal no la construyen quienes la conforman, sino quienes les educan. Y el exceso de sentimentalismo tiene a veces consecuencias indeseadas, como que haya jóvenes que necesiten ayuda profesional para superar la muerte de un hámster o equipos de fútbol de niños con 'coach' para reponerse de las derrotas. Convendría insistir en que la pérdida de seres queridos, incluidas las mascotas, son inevitables y forman parte del proceso vital, donde lo normal es que las cosas no salgan a golpe de 'click'. Tal vez haya que enseñar a pelear en vez de esperar a que suene la campana.