Si algo recuerdo con cariño de mi etapa escolar eran esos días que consagrábamos la jornada a hacer regalos para otros: por mi casa sigue rondando un marco de fotos de madera decorada con ositos de gominola de colores conservados en barniz desde el Día de la Madre de hace casi veinte años y una foto juntas de la que mantengo los ojos rasgados desde que medía 70 centímetros.
Verme con el pegamento en las manos, el punzón en la mesa y la capacidad de crear algo para un ajeno era mi definición de felicidad. Entendía que San Valentín era una excusa mala y que no me interesaba en demasía para poder recortar otra cartulina. Lo importante no era la excusa, sino que la profe llegara y dijera «guardad todo, que hoy hacemos…» y la fiesta concreta de la jornada.
Era un calendario que tenía más importancia para mí que el gregoriano: Día de la Constitución, Navidad, Reyes, Día de la Paz, Carnaval, San Valentín, el Día del Padre, Cuaresma, el Día de la Madre, el Día de Europa, las competiciones deportivas, el festival de verano y volver a empezar al curso siguiente. Había pequeños cambios según el calendario del resto de mortales, pero agradecía y esperaba esta repetición. Era todo lo que una pequeña Blanca en uniforme podía pedir: unas tijeras y escribir 'columnas' en su diario. Ya ven que me quité la falda del colegio de monjas pero lo segundo continúo igual.
Veinte años después me sigo manejando con los mismos ritmos con diferentes nombres: 'presupuestos anuales', 'cierre de cuentas' o 'fiesta de empleados de Navidad' denotan ahora mis fechas de guardar. También, como periodista, los ciclos electorales. O como cristiana, con una Cuaresma que permite quitar vicios.
Hoy pisamos el confeti de corazones rojos de ayer, debatimos por otras elecciones autonómicas más y tenemos la mente ya en las siguientes vacaciones. Todo se repetirá igual el año que viene, pero eso no significa que carezca de sentido, sino que nuestra vida tiene, aunque sea sólo en esto, algo inalterable a lo que aferrarse. Esa tranquilidad de lo seguro la descubrí con los días de la cartulina y continúo agarrándome a ella hasta hoy.