Esta semana Burgos ha trascendido más allá de la provincia por dos noticias inconexas. Por un lado, las monjas clarisas de Belorado dando un espectáculo poco edificante, que acabará en serie de Netflix, pues tiene todos los ingredientes y no conocemos de la misa la mitad. Por otro, la muerte de José Ignacio Nicolás-Correa, el empresario que impulsó la expansión de la compañía que lleva sus apellidos.
Tras estas dos noticias está parte del imaginario burgalés: la omnipresencia de lo religioso y la potente industria, y, en ambos casos, con conexión con el País Vasco. Eso sí, el episodio de las monjas de Belorado no contribuye a la mejora de la imagen de Burgos, justo lo contrario del orgullo que producen empresas industriales como Nicolás Correa, Antolín o Gestamp, por citar algunas.
José Ignacio Nicolás-Correa, que unió los dos apellidos de su padre en una identificación máxima con el nombre dado a la compañía, es la segunda generación de una estirpe que llegó a Burgos en 1963 procedente de Eibar (Guipúzcoa), desde donde trasladó su taller de montaje de fresadoras fundado en 1947. Baldomero Nicolás Correa, el fundador de la empresa, vio la oportunidad de crecer que suponía el Polo de Desarrollo de Burgos.
Esta familia lleva en la sangre la innovación y adaptación de la industria de Eibar, ciudad que tuvo un enorme impulso durante la Primera Guerra Mundial, dada su especialización en la fabricación de armas. Pero afortunadamente las guerras se acaban y su final provocó una crisis enorme a la que los empresarios de la zona supieron dar la vuelta. Los cañones de escopetas se volvieron cuadros de bicicletas. Así nació el juguete de nuestra juventud, las BH (Beistegui Hermanos), GAC (Gárate, Ainuta y Cía) y Orbea.
Con esta historia de emprendimiento entronca Nicolás Correa, compañía que hoy cuenta con más de 400 empleados, vende el 92% de su producción en el extranjero y es un referente de Europa en la industria de la máquina herramienta, donde cuenta con sus propios diseños de fresadoras.
José Nicolás-Correa, que así firma en la carta a sus accionistas, ha fallecido siendo presidente de la empresa, igual que su padre, pero entendió el cambio y nombró, con el peso del apellido y el 30% del capital, primera ejecutiva de la compañía a la ingeniera burgalesa Carmen Pinto en 2017. Suerte para las nuevas generaciones, que la miel del éxito no les haga perder el oremus.