Aunque resulta difícil justificar racionalmente el hecho de que la más alta magistratura del Estado quede vinculada a una familia por vía hereditaria en un contexto en el que, en ocasiones, hasta se elige por votación al presidente de un club de lectura, no menos cierto es que existen algunos argumentos, de no poco peso precisamente, para defender la pervivencia de esta institución en un país desarrollado y democrático como España.
No podemos negar que la Corona, encarnada por los dos últimos monarcas, ha servido y sirve con eficacia a la nación española. Aunque la imagen del anterior jefe del Estado quedó empañada en sus últimos momentos de reinado, estoy convencido de que en el balance con el que la Historia juzgará su tiempo imperarán los valores positivos.
Y qué decir del monarca reinante, cuyo comportamiento, hasta la fecha, ha sido más que eficaz y ejemplar en un contexto no especialmente fácil. Valoración que hago extensiva a la figura de la reina, muchas veces injusta y de manera inmisericorde puesta en el candelero y no especialmente para bien. Sus orígenes en el mundo 'normal' y el no haber adquirido desde la cuna la formación para ser reina le hace que presente un perfil de profesionalidad distinto y menos envarado que el de la anterior reina consorte.
A veces pienso que algunas de las críticas que se hacen a la Corona, en estos tiempos con más virulencia, van más allá de lo meramente institucional, sobre todo cuando se adentran en el ámbito de la más absoluta privacidad. Aunque la familia real debe estar sometida a un continuo control y escrutinio público en sus actuaciones institucionales, hay ámbitos de privacidad en los que nunca debiera entrarse a no ser que afecten directamente al ejercicio derivado de su magistratura.
Creo que, en estos tiempos fluidos y relativistas en los que tan difícil nos está siendo conseguir grandes acuerdos de estado, la Corona representa uno de los pocos nexos de unidad en un país cada vez más polarizado y centrífugo. Quizá esta sea una de las mejores justificaciones para que muchos valoremos y defendamos su existencia, con un futuro esperanzador encarnado en la figura de la princesa Leonor.