La maté porque la amaba/ la maté porque era mía, cantaba Fito Cabrales (Fito y Fitipaldis) en el grupo Platero y tú, a comienzos de los 90. Hoy no quiero escribir sobre el machismo en la canción (necesitaría varias páginas), sino sumarme al Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, que se celebra mañana. No exageraba la canción de Fito: este año llevamos 40 víctimas de violencia de género, una lacra en aumento a pesar de las medidas. Y aunque las causas varían en cada caso, siempre prevalece la idea de propiedad. No hace falta matar una mujer para ejercer la violencia: desde la agresión verbal a la física, pasando por la sexual o la sicológica, hay toda una gama de maltratos, a veces muy sutiles, tanto en el plano privado como en el público. Una serie de televisión reciente, Querer, ilustra magistralmente la dominación masculina conyugal, abriendo el debate sobre el posible carácter delictivo de las relaciones sexuales sin consentimiento, un asunto espinoso pero real. En esto, como en todo, suele ser decisiva la independencia económica, aunque también se dan relaciones tóxicas en mujeres profesionales; y atención a la familia, donde se cronifican muchos hábitos nocivos que son semillero y escuela de maltratadores.
Una mirada al mundo de hoy nos devuelve un panorama desolador. En Afganistán sigue prohibida la educación para niñas mayores de 12 años y mujeres adultas, porque saben que la educación es fundamental para conseguir la igualdad. Y en Irán, prescindir del velo le cuesta a una mujer la cárcel; sin olvidar la trata de mujeres, la mutilación genital, el matrimonio infantil y otras lacras.
La maté porque era mía explicita una idea de propiedad absoluta, amenazada por cualquier intento de voluntad o libertad por parte de la mujer. Y la maté porque la amaba esconde ese argumento aterrador de que matar es una prueba de amor supremo, canonizada por las canciones, la literatura o el cine. Hay que educar, legislar y denunciar para eliminar ese látigo que nos azota y que muchas silencian por vergüenza. Recientemente hemos visto el juicio de Dominique Pelicot quien, tras drogar a su esposa, la ofrecía a decenas de hombres para violarla. Fue impresionante la valentía de Gisèle, la víctima, encarándose con sus violadores ante el mundo y asumiendo las palabras de otra gran mujer, la abogada Gisèle Halimi: «Que la vergüenza cambie de bando». No las olvidemos.