Se me acaba de ocurrir un refrán: Una persona libre y gozosa, será naturalmente laboriosa. A eso aspiran también las sociedades humanas, a ser libres, laboriosas y alegres. Supongo que el estímulo para esta ocurrencia habrá surgido de las insalubres noticias, rancias o recientes, que nos abruman cada día: cuestiones laborales, migratorias, políticas y judiciales en las que la sociedad española está atrancada según unos o enfangada según otros. O quizá sea que mi cerebro siente alegría veraniega.
Cuando el refrán se cumple, tanto en persona como en sociedad, entonces no hace falta pautarles la vida mediante normas rigurosas, no es preciso motivarlas desde fuera para que cumplan sus deberes, habla con orgullo de lo que son, se sienten satisfechas con lo que hacen, se muestran seguras en las situaciones difíciles, eficaces en las crisis para resolverlas, respetuosas cuando las discrepancias superan a las coincidencias… Así son las personas y sociedades cuando se sienten libres, activas y gozosas. Asumen sus peculiaridades, las adaptan a lo que sucede, tratan de compensar lo que falta con lo que tienen, respetan las normas y persiguen el bienestar común como fundamento del propio, y saben disentir sin discutir, o discutir sin afrentar.
Pero nada de eso sucede ahora en nuestra sociedad, las pendencias infames que hay en política, economía, trabajo o justicia son inconsolablemente mostrencas. Sin embargo, estoy seguro de que la inmensa mayoría de las personas que se pregunten por el refrán en sus vidas, lo cumplirán con creces. Luego, me pregunto, si esta suposición es verdadera, ¿por qué hay tanta diferencia entre las personas y la sociedad que componemos?
Como no soy sociólogo no tengo la respuesta, pero podríamos pensar que una de dos, o la sociedad no es tan mala o las personas no somos tan buenas. O, por qué no ser más atrevido, pensar que las personas somos buenas y la sociedad también, pero que hay algunas personas que se empeñan en fastidiarlo todo para hacerse los importantes, los imprescindibles, los que dicen saber dirigirnos a los demás que somos seres simplemente laboriosos, tontamente gozosos e ingenuamente libres.
Pues saben que les digo, que no, que o cambian ellos o acabaremos olvidándolos. No son necesarios para lo verdaderamente importante, que es que nuestras vidas se cumpla el refrán y que eso nos permita gozar de las ansiadas alegrías veraniegas.