Darse un garbeo; o mejor, date un garbeo, así en imperativo; o, aún mejor, démonos un garbeo juntos, compartido. Qué sustantivo tan curioso y descuidado. Por no decir el verbo, este sí que está arrumbado en una esquina del diccionario, aunque su acción y efecto sea siempre benéfico. Cuánto se nota su eficacia en el cuerpo y en la mente; puro pilates, pero con menos esfuerzo, que sales a garbear y vuelves renovado. Es un verbo antidepresivo.
Hablando de depresiones; me preocupaba la llegada del otoño a nuestro entorno, con sus aires vengativos, sus cielos plomizos y su oscuridad ladina, sinrazones que amparan la apatía y la desgana, excusas validadas por falaces argumentos ahorrativos. Todo eso contribuye a que cada año, por estas fechas, muchas personas se recojan bajo techo; con el pecho plegado de tanto ceñirse, el entrecejo y los hombros encogidos contra el estremecimiento; se encaracolan bajo lecho o manta de sofá, desgarbadamente.
En esas estaba cuando vino esa palabra a salvarme: ¡Garbear! Rápido tiré de diccionarios; que viene de garbo, dicen unánimes. Garbo, este sí que está olvidado. Tener, lucir, mostrar garbo; garboso es el donaire; garbosa la gentileza; distinción natural de quien lo posee. Hay, no obstante, quien se pavonea y gallardea de ello a la española; peores son los fanfarrones que alardean a la italiana, pero se les nota presto. Del garbo sale el garbear, que a lo sencillo es darse un giro, pero que en realidad es mucho más; es pasear con ligereza, si hace al caso con bastón, sombrero y pañuelo que aumentan su efecto. Pero la verdadera explicación viene de más atrás y más lejos, en su origen heleno está la razón que lo hace ser tan eficaz para la vida. Me explico. Garbo, que antes de llegar a nosotros pasó por la elegancia árabe y andalusí, nació en la Atenas clásica, amparado por los soportales donde Platón y Aristóteles se lucían ante sus discípulos. Entonces se decía kalon, que venía a ser el ideal de bondad y belleza que adorna a los héroes, tanto en los aspectos estéticos como éticos de la conducta.
Con todos esos argumentos a mi favor, cómo no recetar darse un garbeo para afrontar la otoñada ventosa y opalina de nuestros cielos que aflige nuestras mentes. Garbear es una virtud campestre y cívica, provechosa para la salud y conveniente para la convivencia. Si te sientes otoñal suelta el diario y date un garbeo ahora mismo, verás qué bien te sienta.