En España se produjeron 1,9 millones de vehículos en 2023, lo que dio empleo de forma directa a más de 230.000 personas en su fabricación y a casi 600.000 si incluimos su venta y reparación. Esta cifra nos sitúa como el segundo país europeo en fabricación de vehículos por detrás de Alemania (3,9 millones de unidades en 2023) y sustancialmente por delante de Francia (1 millón de unidades) o de Italia (500.000 unidades), así como en el noveno puesto a nivel mundial. Además, supone uno de los principales sectores industriales de nuestro país tanto por su peso en el PIB (10%), de las exportaciones (18%) como por su contribución al desarrollo socioeconómico.
Si bien, este sector ha sufrido durante las dos últimas décadas una revolución con motivo tanto de los cambios tecnológicos propios de la robotización como por la irrupción de China, que es ya el primer productor mundial. Todo ello ha supuesto que, aunque la producción de vehículos aguantó sus cifras tanto en Europa como en España durante las primeras dos décadas de este siglo, ha sido a partir de 2020 cuando esta producción ha caído sustancialmente, reduciéndose un 16% en Europa y un 13% en España en el periodo 2019-2023. Este descenso se justifica, por un lado, por una demanda más débil debida a la reducción del poder adquisitivo de sus habitantes por en el incremento de la inflación y, por otro lado, por la irrupción de conflictos bélicos que afectan a la confianza del consumidor, lo que ha supuesto que el número de matriculaciones en Europa haya descendido casi un 20% durante el mismo periodo. Además, el proceso de descarbonización del sector, con objetivos de prohibición a medio plazo de motores de combustión y su sustitución por vehículos eléctricos o híbridos, todavía caros y con menores prestaciones, ha confundido al consumidor, limitando aún más la demanda, incluso a pesar de las distintas iniciativas en términos de ayudas públicas que algunos países han puesto en marcha.
En un principio, se podría pensar que estos factores que han limitado la demanda de vehículos son coyunturales y que, por tanto, con una mejoría del poder adquisitivo familiar a la vez que se reducen las tasas de inflación, con una pacificación de la situación geopolítica mundial y con el abaratamiento de los vehículos descarbonizados una vez consigan alcanzar niveles de producción similares a los de combustión, la situación se normalizaría y tanto Europa como España recuperarían los niveles anteriores. Pero se están dando otra serie de factores ya más de largo plazo que no ayudan a visualizar esta situación. En primer lugar, la pérdida de competitividad de la industria automovilística europea, que hace que se reduzcan las exportaciones, sobre todo a China, a la vez que crecen las importaciones tanto de este país como de EEUU y Japón y que se justifican en una pérdida comparativa de productividad frente a estos competidores a la vez que se produce un aumento de los costes tanto energéticos como laborales. Y, en segundo lugar, a un retraso tecnológico en el despliegue del vehículo eléctrico o híbrido que impide generar cadenas de suministro y economías de escala que compitan con las asiáticas y que se debe a una limitada inversión en Europa en este segmento de vehículos, el cual está creciendo significativamente a nivel mundial (uno de cada seis vehículos vendidos en el mundo en 2023 fue eléctrico o híbrido frente a uno de cada doce dos años antes). Esta inversión, que China sí que ha llevado a cabo, le permite hoy ser mucho más competitivo, así como haber generado un liderazgo tecnológico, la gestión de una cadena de suministro y una diversificación de gama de oferta que no será fácil de revertir en el medio plazo. Si tenemos en cuenta además que el retraso de Europa en lo relativo a la producción de baterías es muy significativo, con dificultades clave en la obtención de los minerales que son necesarios para su ensamblaje, la situación se torna todavía más oscura.
Quien ya se ha puesto las pilas es EEUU a través de un programa de atracción de inversiones con especial foco en el desarrollo de baterías, en el impulso al I+D en el vehículo eléctrico y en el desarrollo de una red de recarga que pretende retomar su competitividad en este sector.
Por tanto, la situación de Europa no es nada halagüeña a medio plazo, lo cual se está plasmando ya en noticias de cierres de plantas de producción de vehículos tanto en Alemania como en Bélgica que conllevan el despido de decenas de miles de trabajadores. Y es aquí donde España debe aprovechar sus ventajas competitivas para atraer y desarrollar inversiones ligadas al vehículo descarbonizado y mantener o incluso mejorar su status frente a países como Alemania, Francia o Italia. Las propuestas de política económica que hoy se están poniendo encima de la mesa y que se basan en el establecimiento de aranceles a la importación de vehículos de China o EEUU únicamente tendrán efectos a corto plazo y serán muy costosas para las arcas públicas, por lo que España (y también Castilla y León) deben aplicar medidas tendentes a potenciar la competitividad de nuestra industria automovilística, impulsando nuestras ventajas en costes energéticos de origen renovable a la vez que se fomenta de forma decidida la inversión en el desarrollo tecnológico del vehículo híbrido y eléctrico. Y todo ello, aprovechando y ayudando a las grandes empresas proveedoras de este sector con las que cuenta nuestro país y nuestra comunidad. Solo así podremos pescar las oportunidades en este río tan revuelto.