Es un honor dejar un puesto de trabajo, sea voluntariamente o por despido, y que te sustituyan con varias personas. Es la prueba de una gran labor, justo lo contrario que le ha pasado a Juan García-Gallardo, cuyo puesto y su corte de tres altos cargos se amortizan por banales. Así de claro lo dejó ayer Alfonso Fernández Mañueco, que habló de ahorro costes y empleos como si se tratara de un ERE en la Renault.
Sin duda, ayer fue un gran día para Castilla y León. Por fin sale del Gobierno uno de los políticos más engreídos y que más desprecia a sus semejantes. Habrá que escuchar sus bravuconadas como portavoz de Vox en las Cortes, pero ahí ya sólo representa a los que le han votado. Hasta ayer, como vicepresidente del Gobierno de la Junta, representaba a todos los castellanos y leoneses allí donde fuera, lo que provocaba pánico en propios y ajenos.
Mañueco ha rehecho rápido su ejecutivo y de paso ha señalado como número dos a Isabel Blanco Llamas, madrileña de nacimiento y zamorana ejerciente, con casa en Monfarracinos (Zamora).
Vox ha abandonado también los gobiernos de Aragón, Comunidad Valenciana, Baleares, Murcia y Extremadura, pero donde es más fácil continuar sin ellos es en Castilla y León. Los otros gobiernos salieron de las urnas en mayo del año pasado, de manera que aún tienen tres años por delante. En cambio, a Fernández Mañueco le quedan menos de dos años, hasta febrero de 2026 como mucho. Si no encuentra apoyo para aprobar los presupuestos los podrá prorrogar y si Pedro Sánchez anticipara elecciones seguramente hará lo propio si ve que el PP mantiene la ola creciente.
Ahora, lo que conviene a todos en la región es que el PP gobierne sin fisuras y el PSOE ejerza el liderazgo de la oposición sin dejar margen a Vox. Los dos grandes partidos deben ejercer su rol y conviene que se pongan de acuerdo en temas cruciales como la ordenación del territorio, algo imprescindible para llevar de verdad todos los servicios públicos a los municipios pequeños.
El radicalismo de Vox es una desgracia con creciente representación en Europa y América, en países donde el centro derecha está desapareciendo, que no es el caso de España. Santiago Abascal está ahora muy preocupado por el efecto Alvise, destapado en las elecciones europeas, y puede que Gallardo note ya que se acabó la fiesta.